Dado que los niños adoptados de otros países han llegado ya lo suficientemente a mayor edad, los padres hemos tenido que educarlos y hacerlos crecer en la edad juvenil, cultura, idiomas con otros métodos de formación.
No sabíamos por dónde empezar y no teníamos ni el tiempo ni la preparación para asegurar su educación cristiana, personalizada, dado que venían de diferentes extracciones y diferentes formas de religiosidad.
Estábamos todos para ser educados, nosotros como padres y ellos como hijos. Así que decidimos ir todos a la escuela de la palabra de Dios que cada día la Iglesia nos propone en su liturgia.
Durante más de treinta años, en la mañana, nos levantamos y nos pusimos al día, sentados alrededor de una mesa en el comedor de más de cuatro metros, para desayunar, atraídos por el olor del pan tostado, alegres de orar y meditar juntos las Sagradas Escrituras. Día tras otro, todos crecimos a la luz de la palabra de Dios y de las breves meditaciones cortas, guiado por nosotros los padres, pero con el aporte de cada uno. Estos versículos del evangelio que durante años, dejando la casa, nos han traído a la mente y al corazón, han profundizado nuestra fe y formado nuestra personalidad y nos han permitido crecer juntos como una comunidad familiar.
Nuestra oración es muy sencilla: un Padre Nuestro, una Ave María, y un Gloria al Padre , algunos cantos de alabanza, la meditación del Evangelio y la liturgia del día, o un parágrafo de la escritura.
Fue una experiencia fundamental, porque cada quien, si no se confronta constantemente por la palabra de Dios, entra en crisis él mismo y aún una persona de buena voluntad termina perdiendo un poco el proyecto que el Señor le dio para cumplir en este mundo. Incluso nuestra fe, aunque sea auténtica, si no se pone constantemente delante de la Cruz de Cristo y el mensaje del Evangelio, poco a poco se degrada, reduciéndose gradualmente a una religión que oprime y hace perder ese maravilloso sentimiento de libertad que el Señor nos ha dado. De aquí nace en nosotros la necesidad de acercarnos con lealtad y perseverancia a la palabra de Dios, que nos ha cuestionado, y cambiado nuestras actitudes defensivas y ha abierto nuestro corazón para recibir con alegría el don cada día. Este don es Dios mismo, quien ha revelado y nos revela todavía hoy, en Jesús de Nazaret, verdadero rostro de Dios y la cara oculta del hombre que, ante el pecado original, fue creado a su imagen y semejanza. Es por eso, en nuestras meditaciones de la mañana, casi siempre preferido que el Evangelio más que otras lecturas de la liturgia del día.