11 de enero
El misterio del pecado
Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: «Señor, si quieres, puedes purificarme». Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante la lepra desapareció. El le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: «Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar. Lc 5,12-16
En el valle toscano del Mugello, se cuenta que Leonardo da Vinci emplease más de 20 años para pintar el famoso cenáculo, que representa la última cena de Jesús junto con sus discípulos.. Parece ser que haya empleado mucho tiempo en buscar a la persona que le serviría de modelo para representar a Jesús. Poco después encontró a un joven, con un buen rostro con una expresión buena y mirada pura, y así pudo iniciar su obra. Pintó primero a Jesús y a los primeros once apóstoles, después la interrumpió, porque no encontraba el modelo para pintar a Judas. Finalmente lo encontró y Leonardo continuó su maravillosa obra. Mientras pintaba a Judas, al modelo comenzaron a brotarle las lágrimas de sus ojos. Leonardo le preguntó: “Por qué lloras?” Y él contestó: “Porque soy la misma persona que hace veinte años tú escogiste para representar a Jesús”. Y Leonardo le volvió a preguntar: “¿Y cómo te has reducido a este estado?” Él respondió: “Por el pecado”.
Tal vez se trata de una de las mucha leyendas toscanas muy apreciadas por la abuela Rita, que ella contaba a sus alumnos, sin embargo, describe bien el efecto del pecado en aquel hombre. El pecado es como la lepra: desfigura el rostro de una persona a tal punto de hacerla irreconocible. El evangelio hoy nos pone delante de un leproso, que le pide a Jesús que lo cure y Él lo cura. Es un milagro que se interpone entre el período de Navidad, durante el cual hemos meditado sobre el misterio de la Encarnación, y la Cuaresma, que se concluirá con la muerte y resurrección de Jesús. Este relato nos habla de la humanidad que tiene necesidad de ser liberada de la lepra del pecado. Esta esclavitud, que casi natural al hombre, es un misterio. Es un misterio que el hombre que el hombre encuentre satisfacción en un falso concepto de libertad que se esconde en la “trasgresión”. Es un misterio que los jóvenes, durante la noche, encuentren satisfacción en ensuciar y destruir la ciudad, como son otros misterios las actitudes agresivas contra uno mismo y contra los demás, que llenan las páginas de los periódicos. El pecado, aunque Jesús lo haya vencido en la Cruz, permanece en el mundo como la lepra que, poco a poco, destruye las facciones humanas.