10 de enero
Levantarse y anunciar
Jesús volvió a Galilea con el poder el Espíritu y su fama se extendió en toda la región. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír». Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: «¿No es este el hijo de José?». Lc 4,14-22
Estamos en la sinagoga de Nazaret, que los ancianos, los sacerdotes y doctores, junto con toda la nobleza de la religión hebraica frecuentaban los sábados. Jesús había recibido el bautismo hacía poco de manos de Juan el Bautista, el Espíritu Santo había venido sobre Él y lo había conducido al desierto para ser tentado por el demonio durante cuarenta días (Lc. 4,1-12). Después de haber superado las tentaciones de la gloria, del poder y de la riqueza, está listo para iniciar su misión terrena, y hoy entre en escena en la sinagoga de su ciudad.
Mientras todos están en espera que sea proclamada la Palabra del Señor, Jesús, movido por el Espíritu Santo, se levanta y lee. Uno de los presentes le da el rollo del profeta Isaías. Jesús lee las palabras de Isaías, delante de todos, el pasaje que lo consagra como el Mesías, el esperado desde antiguo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”. Después anuncia su investidura de aquel momento diciendo: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Después de esto parecería que su misión fuera destinada a ser aceptada. Pero no va a ser así. Los presentes denuncia, inmediatamente, el motivo principal por el cual Él será siempre contrariado. “¿No es éste el hijo del carpintero?” No aceptan su divinidad por ser una persona normal como cualquiera. Sin embargo, hoy Él nos da un grande testimonio: el ánimo apostólico de levantarse y de hablar en nombre de Dios y del cual la humanidad tiene una grande necesidad. ¡Ayúdanos también a nosotros, Señor, a levantarnos para proclamar nuestra fe y a afirmar los valores cristianos!