III Semana de Adviento – Lunes
La autoridad y libertad de Jesús
Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, para decirle: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esa autoridad?». Jesús les respondió: «Yo también quiero hacerles una sola pregunta. Si me responden, les diré con qué autoridad hago estas cosas. ¿De dónde venía el bautismo de Juan? ¿Del cielo o de los hombres?». Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: «Del cielo», él nos dirá: «Entonces, ¿por qué no creyeron en él?». Y si decimos: «De los hombres», debemos temer a la multitud, porque todos consideran a Juan un profeta». Por eso respondieron a Jesús: «No sabemos». El, por su parte, les respondió: «Entonces yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto». Mt 21,23-27
Hay disputas de Jesús que se refieren a su libertad de la Ley y otras que se refieren a su libertad del poder constituido como la que leemos hoy, pero ambas vienen de la autoridad de Dios. No se trata de una autoridad cualquiera, sino de aquella de su palabra que obra lo que dice, venciendo al espíritu del mal, como la primera palabra de Dios había vencido el caos primitivo. En el evangelio de hoy los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, viendo comprometida su posición de privilegio por un hombre que destruye todo poder constituido, diciendo que «Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc 10,45), le hacen una pregunta que es un verdadero proceso:«¿Con qué autoridad haces estas cosas»? Jesús no responde y su silencio nos interpela a nosotros también, porque se refiere al modo de ser de la fe. En los largos paseos con mi amigo Sergio, en continua búsqueda de pruebas contundentes para creer en Jesucristo, he procurado mostrarle la fuente de mi fe, pero no he obtenido grandes resultados, porque en el campo de la fe el que prueba demasiado no prueba nada. Había comprendido esto, un día cambié estrategia: la fe es un riesgo, le dije, es un salto en la obscuridad, es aceptar la persona de Jesús de Nazaret como Hijo de Dios, en la obscuridad de la inteligencia y en el vacío de toda seguridad humana. No es que falten de los signos que conducen a la fe, ya que toda la realidad es un signo, pero esto puede ser comprendido solamente a la luz de la fe misma. Este discurso Sergio lo aceptó y creo que se haya puesto silenciosamente en camino. Es el camino principal para adherir a la fe y hoy nos enseña a comprender el rechazo de Jesús de autentificar y a justificar su autoridad. Ella viene directamente de Dios, del Padre, pero tiene sus raíces en su libertad; Jesús es libre del egoísmo , de la búsqueda del poder o del privilegio, de las relaciones o de las imposiciones de la Ley judaica cuyo centro es la sinagoga. Tal vez el signo más grande de su divinidad es esta libertad de cualquier cosa, aún de sí mismo, tanto de ser capaz de morir en la cruz. Y este rechazo de Jesús de responder es un signo de su libertad,