ESFL005

I semana de Adviento – Viernes

Los primeros anunciadores del evangelio

Cuando Jesús se fue, lo siguieron dos ciegos, gritando: «Ten piedad de nosotros, Hijo de David».  Al llegar a la casa, los ciegos se le acercaron y él les preguntó: «¿Creen que yo puedo hacer lo que me piden?». Ellos le respondieron: «Sí, Señor». Jesús les tocó los ojos, diciendo: «Que suceda como ustedes han creído». Y se les abrieron sus ojos. Entonces Jesús los conminó: «¡Cuidado! Que nadie lo sepa». Pero ellos, apenas salieron, difundieron su fama por toda aquella región. Mt 9,27-31

Jesús llamó a sus primeros discípulos a quienes instruyó durante tres años. Ellos lo han seguido por todas partes, han escuchado sus parábolas, asistieron a sus milagros y, día tras día, han asimilado su estilo de vida. Fue un largo camino de Fe que los ha llevado a reconocer a Jesús como el Mesías esperado por Israel. Esta fue la pedagogía de Jesús para ellos. En el evangelio de hoy, mientras los discípulos está haciendo este lento camino, al final del cual ellos recibirá el mandato de ir a evangelizar al mundo y a ser loa columnas de su Iglesia, estos dos ciegos de los ojos y de la fe, son pasan improvisamente de la ceguera física a la iluminación sobre la grandeza de Jesús y se convierten en los primeros anunciadores del evangelio. Probablemente no saben mucho sobre Abraham, Moisés, y los profetas del Antiguo Testamento, pero saben bien que antes no veían y ahora pueden ver, Este es todo el contenido de su anuncio del evangelio.

Por qué motivo estos ciegos llegan de repente a la verdad antes que los apóstoles_ La respuesta es sólo una: Porque Jesús los ha tocado y los ha curado. Este hecho esconde una grande enseñanza también para nosotros. El secreto de nuestro camino de Fe no consiste en un lento reconocimiento de la grandeza de Jesús meditando, día tras día, las Sagradas Escrituras. Ni siquiera a oración que hacemos juntos en su nombre es suficiente, Son momentos de crecimiento importante, pero el verdadero salto a la fe en Jesús lo haremos cuando, conscientes de nuestra incapacidad de penetrar en las verdades del evangelio y de amarnos como El nos ama, iremos como estos dos ciegos a rogar a Jesús que nos cure de nuestra ceguera espiritual.  En cierto momento gritaremos nosotros como ellos: “¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!” que no sabemos amar y que meditamos el evangelio sólo con lamente, no con el corazón. El Señor, personalmente, nos susurrará en el oído: “¿Creen que puedo Y hacer eso?”Si en ese momento constaremos como los dos ciego: “Sí, Señor”, nuestros ojos y nuestros oídos se abrirán y nosotros entenderemos verdaderamente las Escrituras y seremos testigos creíbles del Evangelio.

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