I semana de Adviento – Miércoles
En el desierto se comparte
Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel. Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino». Los discípulos le dijeron: «¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?». Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen?». Ellos respondieron: «Siete y unos pocos pescados». El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas. Mt 15,29-37
Cuando vivíamos en Castellanza recibíamos, de vez en cuando, la visita de la señora Corsiñana, siempre precedida del perfume de su comida puliense; nadie la sabía hacer mejor que ella y todos la admiraban. Yo aprovechaba de la ocasión para pedirle que me contara anécdotas de su vida; un trabajo difícil, porque se había quedado sola a cuidar a sus hijos. Ella quería que todos estudiaran, pero no había tenido suficiente dinero para hacerlo. Ella, sin embargo, oraba y confiaba en la Providencia de Dios. Me contaba que cuando iba a tomar el dinero del cajoncito de su mesita, siempre encontraba lo que necesitaba y aún más todavía. Yo la escuchaba con admiración por su grande fe.
Pienso que también nosotros, durante nuestro camino espiritual, a través de los períodos en lugares solitarios, con tantas necesidades, como aquella gente que seguía a Jesús. Ponerse a la secuela de Jesús significa desafiar el desierto, donde la vida es más libre, pero más difícil. En el desierto hace uno experiencia del Señor, y cada suceso es un motivo para darle gracias a Dios. En el desierto la vida es un milagro continuo y nos sentimos hermanos, dispuestos a compartir los “siete panes” y los pocos “pececillos”, que en manos de la Providencia se trasforman en abundancia, ya que el Señor multiplica todo lo que se comparte. Al terminar su plática la señora Corsignana nos saluda con grande abrazo y yo regresaba mi casa llena de fe y de alegría. Eran las siete canastas llenas que e sobraban después de haber escuchado sus anécdotas.