XXXIII semana del Tiempo Ordinario – Lunes
El peregrino ruso
Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios. Lc 18,35-43
En la tradición de las Iglesia orientales el camino de fe se identifica en la oración del Peregrino ruso, quien transcurría su vida caminando por los bosques y a través de estepas repitiendo noche y día, la oración del ciego de Jericó: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Este ciego somos nosotros, incurables enfermos de auto-justificaciones, de poder, de bienestar y de cosas. Su ceguera es símbolo de nuestra dureza del corazón que nos hace incapaces de “seguir glorificando a Dios”. Es por eso que, como el peregrino ruso, debemos repetir continuamente la oración del ciego de Jericó: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí”. Vivir la vida teniendo siempre en la boca esta oración quiere decir combatir una batalla contra nosotros mismos que no podemos vencer solos.
Se necesita la ayuda del Señor que, a cierto punto, atraído por nuestra insistencia, nos preguntará: “¿Qué quieres que yo haga por ti?” Y nosotros contestaremos: “Señor, que yo vea de nuevo”. Y Él nos dirá: Recupera la vista, tu fe te ha salvado”. Entonces glorificaremos nosotros a Dios y será un nuevo comienzo como lo fue para este ciego de Jericó. Pero será un camino fatigoso. Jericó, de hecho, está cerca del Mar Muerto, a 400 metros abajo del nivel del mar y Jerusalén, la ciudad hacia la cual Jesús iba, está situada en un monte. Será un camino de subida, durante el cual, debemos repetir la oración del peregrino ruso: “¡Jesús Hijo de Dios, ten compasión de mí”. El camino de la vida y de la fe, es el único que debemos seguir para entrar en el misterio y para descubrir el secreto de la alegría,