ESFL340

XXXII semana del Tiempo Ordinario – Miércoles

De los milagros a la conversión

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pesaba a través de Samaria y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia  y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!».  Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta  y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?».  Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado». Lc 17,11-19

Según la ley de Moisés los sacerdotes tenían la obligación de examinar las llagas de quien era sospechado de lepra y tenían que declararlo inmundo. Si alguien hubiera sido curado, debía presentarse al sacerdote para que éste le diera un certificado de curación para su plena inserción en el contexto social. Estos diez leprosos muestran tener poca fe en Jesús, no tanto porque le piden el milagro de la curación, pero se encaminan hacia el sacerdote todavía enfermos de lepra. Es la fe ciega de quien se siente desesperado y se apega al Señor como última y única esperanza, y esta fe es premiada: a lo largo del camino quedan todos los diez curados. Pero una cosa es la curación del cuerpo y otra más importante es la salvación de de toda la persona. Esta la obtiene sólo el samaritano, el único que regresa a dar gracias a Jesús: “Levántate y vete a tu casa, tu fe te ha salvado”.

Los milagros son signos potentísimos e contundentes que Jesús es el Señor, pero quien se contenta sólo de los efectos inmediatos no ve la profundidad del mensaje principal: la oportunidad de convertirse y de comenzar una nueva vida. El milagro es un momento de encuentro que el Señor quiere tener con nosotros, como cuando ha esperado a la samaritana cerca del pozo y cuando ha permitido a Pedro la pesca milagrosa. Pedro hubiera podido ir al mercado a vender el pescado, hubiera podido obtener una buena suma de dinero, pero todo hubiera terminado ahí. Por el contrario, entiende el significado de aquel milagro y comienza una vida nueva, la verdadera. Nosotros, que hemos pedido tantas veces al Señor de intervenir en nuestras dificultades y en las de los demás, per resolver las situaciones  desesperadas y hemos visto verdaderos milagros, ¿nos hemos convertido?  ¿Jesucristo se ha convertido en el único Señor de nuestra vida o, junto con Él, hemos conservado todos los demás ídolos que teníamos antes, comenzando con el dinero? Esta es la pregunta que ns pone hoy el evangelio a la que debemos dar una respuesta en la oración.   

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