XXXI semana del Tiempo Ordinario – Jueves
Cuando los hijos se pierden
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido». Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse». Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido». Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte». Lc 15,2-10
La liturgia de hoy nos exhorta a reflexionar sobre la parábola de la oveja perdida y de la dracma perdida. Son dos situaciones diferentes con un solo final: encontrar lo que uno ama y ha perdido. La dracma, siendo una sola cosa, no puede ser encontrada si no puede ser encontrada si la mujer no se pone a buscarla; la oveja perdida es un animal que, difícilmente podría regresar a casa sola, si el pastor no va a buscarla. Son situaciones en las cuales se encuentras los papás cuando un niño se pierde en el mercado; o un hijo ya grande se pierde entre compañeros equivocados y no regresaría a casa solo. Dos casos que muchas familias han vivido, y en los dos casos hay que buscar a los hijos. Si estos se pierden cuando ya son grandes, la ayuda más concreta es la oración, como en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32). Son circunstancias que conocemos bien porque nos han sucedido a nosotros. Luis y Edgar, a un cierto punto, se salieron de casa y han formado sus propias familias originales, junto con las hermanas de ellos llegadas de Perú. ¡Que el Señor los bendiga y los proteja! Marcos y Claudio, quien en Brasil ha vivido por años en un instituto como “meninos de rua” (niños de la calle), cuando se hicieron grandes han sentido el llamado de la floresta y se fueron, pero después se arrepintieron y regresaron a casa. Es la vita de familia que se desvanece con el tiempo, con sus cruces y sus resurrecciones.