XXXI semana del Tiempo Ordinario – Martes
Todos somos Misioneros
Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!». Jesús le respondió: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: «Vengan, todo está preparado». Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: «Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes». El segundo dijo: «He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes» Y un tercero respondió: «Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir». A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, este, irritado, le dijo: «Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos». Volvió el sirviente y dijo: «Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar». El señor le respondió: «Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena»».Lc 14,15-24
La parábola de hoy nos muestra el reino de los cielos como una grande fiesta, con muchos lugares, a la que todos estamos invitados, aunque a diferentes horas. Los invitados de la primara hora rechazan la invitación: “Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo… He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos… Me acabo de casar, asís es que no puedo ir”. Todos tienen algo importante que hacer. Cada uno tiene su proyecto de vida y nadie lo quiere cambiar, ni siquiera por un buen motivo como el de una fiesta. De frente a esta «indiferencia» nos conmueve la prontitud de este siervo que el dueño manda llamar al banquete, pero este banquete no se llena nunca, los lugares son muchos y el siervo está solo. La solución del problema, aunque la parábola no lo diga, serían los pobres, los lisiados, los cojos, que llegaron a primera hora, deberían estar dispuestos a llamar a otra gente, pero no lo hacen. Aquí se ve la falta de celo misionero por parte de los que aceptan la llamada al banquete: estos se trasforman en Misioneros. La evangelización no es algo de pocos: es el mandato de toda la Iglesia: los sacerdotes, consagrados y laicos. El día en que todos participar todos participarán, la del Reino se llenará rápidamente. Sucederá como en el desarrollo científico y tecnológico: en los tiempos antiguos, cuando eran pocos los que estudiaban el desarrollo fue lento. Con el pasar del tiempo, las escuelas se abrieron a todos y el desarrollo ha comenzado a ir veloz, tanto que hoy es difícil encontrar tiempo para estudiar más. Así debería de ser con la evangelización: si todos los cristianos se convirtieran en misioneros, el Reino llegaría en breve tiempo hasta los últimos confines de la tierra y todos participarían en la fiesta.