ESSM034

1 de Noviembre – Todos los Santos

Los santos y las beatitudes

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.Mt 5,1-12a

Los santos, cuya fiesta celebramos hoy, son los que ya han concluido su existencia y ahora viven en la beatitud del paraíso. La vida eterna es como una carrera cronometrada: hay quienes parten primero y otros después, pero todos llegan a la misma meta. A un cierto punto la carrera termina y con ella termina la fe y la esperanza; no terminará, sin embargo, la caridad que es sublimada  en la visión de Dios, pasando por la vida terrestre y la vida eterna. En esta dimensión de la certidumbre y de la caridad, a la que todos estamos llamados, viven ya nuestros seres queridos que nos han dejado. Dice San Pablo: «El amor no pasará jamás …. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí» (1Co 13,8-12). Mientras estamos empeñados en esta carrera en el tiempo, Pablo nos enseña a refinar nuestra caridad para vivir ya desde ahora en la alegría celestial: «El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta»(1Co 13,4-7). Muchas veces nos hemos preguntado cómo es posible encaminarnos en el camino de la caridad descrita por San Pablo. Es el mismo camino de las bienaventuranzas de las que habla el evangelio de hoy. Buscando estas bienaventuranzas nos encaminamos hacia la caridad: «Felices los que tienen alma de pobres… Felices los pacientes… Felices los afligidos… Felices los que tienen hambre y sed de justicia… Felices los misericordiosos… Felices los que tienen el corazón puro… Felices los que trabajan por la paz…. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia….Felices ustedes cuando sean insultados y perseguidos a causa de mí». Pienso que nuestros seres queridos que viven en la eternidad, si pudieran darnos un consejo para vivir la caridad, nos dirían: «Vivan las bienaventuranzas».

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