XXX semana del Tiempo Ordinario – Martes
Crecer juntos
Jesús dijo entonces: «¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas». Dijo también: «¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa». Lc 13,18-21
El evangelio de hoy presenta dos parábolas que nos exhortan a crecer en la realidad del Reino. La del grano de mostaza indica el motivo del crecimiento: poder regenerar a los pequeños y a los pobres que tienen necesidad. La de la levadura muestra el modo para crecer. Las canastas de los hornos de los centros ciudadanos, muestran la cantidad de pan de distintas formas y sabores. Y en los supermercados, por su lado, muestran panes de todo tipo. A muchas mujeres les gusta hacer el pan en su casa, porque ningún producto adquirido puede difundir su perfume del pan hecho en casa. Y cuando leo el evangelio de hoy me viene a la mente las imagines casi ancestrales, del pedazo de levadura que se mescla con la harina: es una substancia difícil de comer con un olor desagradable, pero la levadura es lo que permite trasformar aquella maza de harina y agua, que sería inimaginable, en pam fresco flagrante para el alimento diario. Tal vez Jesús ha escogido esta similitud para recordarnos lo que somos y lo que podremos llegar a ser en el reino de los cielos. También nosotros somos poca cosa, como la levadura, si permanecemos ligados al individualismo y si queremos conservar nuestra identidad personal de una manera egoísta. Si por el contrario renunciamos fundiéndonos con nuestro prójimo, si aceptamos de perdernos poniéndonos a disposición de los demás, para crecer juntos, entonces se repite el eterno milagro que alimenta desde hace miles de años a la humanidad: en lugar de dos substancias, ambas no comestibles, tenemos el alimento mejor, el que nos da sabor y energía.
Infúndenos, Señor el deseo de unirnos a nuestro prójimo, de ofrecer lo que somos para poder crecer juntos. Ayúdanos a reconocer la miseria que se esconde en las palabras “Yo” y “mío” para descubrir la riqueza escondida en las palabra “nosotros” y “nuestro”.