28 de Octubre – San Simón y San Judas, apóstoles
La alegría del testimonio
Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios. Ustedes están edificados sobre los apóstoles y los profetas, que son los cimientos, mientras que la piedra angular es el mismo Jesucristo. En él, todo el edificio, bien trabado, va creciendo para constituir un templo santo en el Señor. En él, también ustedes son incorporados al edificio, para llegar a ser una morada de Dios en el Espíritu. Ef 2,19-22
Cuando, al final de los tiempos, se abrirán los libros de la vida y de la historia, “Ustedes – escribía San Pablo a los hermanos de Tesalónica, – son nuestra corona. De hecho, si no propiamente Ustedes, es nuestra esperanza, nuestra alegría y la corona de la que nos gozamos delante del Señor nuestro Jesucristo, en el momento de su venida” (1Ts 2,19). “Ustedes – escribe San Pablo – no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios [en el reino de los cielos], edificados sobre los fundamentos de los apóstoles y de los profetas, teniendo como piedra fundamental al mismo Cristo”. La alegría de Pablo, cuando escribe a las comunidades fundadas por él en todo el Mediterráneo, será nuestra misma alegría, aunque una sola persona llegue a la fe por nuestro testimonio. No existe felicidad más grande. Tenemos nuestro pecado, contra el cual cada día debemos combatir y que llevaremos hasta la muerte, pero aquella persona constituirá nuestra corona y el motivo por el cual, con un solo golpe de esponja, todos nuestros pecados serán perdonados y nos podremos sentar a la mesa con los santos en el banquete celestial. Nos sentaremos, comeremos, haremos fiesta y, al final de los tiempos, el Señor se levantará, serán abiertas las botellas de champagne y brindaremos junto con Él por la feliz conclusión de la historia del mundo. Todavía no es participar en aquella comida que nosotros anunciamos el evangelio: es porque no podemos despreciar, por ser nuestra alegría, que es más pequeña de la probaremos en el banquete celestial.
Hemos comprendido que hoy debemos meditar este argumento, al principio de la oración, y hemos abierto erróneamente la Biblia en el capítulo 2 de la primera carta a los Tesalonicense, en vez de abrir la carta a los Efesios y hemos encontrado la frase citada al inicio: “De hecho, ¿quién si no ustedes, es nuestra esperanza, nuestra alegría, y la corona que esperamos recibir de nuestro Señor Jesucristo, en el momento de su venida?” (1 Ts 2,19). Sucede esto de vez en cuando.