XXIX semana del Tiempo Ordinario – Martes
La espera en la vigilancia
Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así!Lc 12,35-38
A principios del 1938 la tía Noemi, hermano del abuelo Renzo, se había casado y se encontraba embarazada, cuando el marido, el tío Pepe, fue llamado al servicio militar y enviado a combatir en África. Después combatió en Albania, en Grecia y finalmente fue hecho prisionero en Rusia. Estuvo alejado de casa casi nueve años, durante los cuales había escrito como diez cartas al máximo. Regresó a casa finales de 1946. Un tren de carga se detuvo a Rosignano, él bajó y se dirigió a pie hasta Castglioncello, de donde había salido y lo esperaba la tía Noemi y el hijo Franco, a quien hasta la edad de ocho años lo había visto sólo en fotografías. Cuando un ciclista lo reconoció, fue a avisar a la tía Noemi que estaba llegando el tío Pepe, ella dejó la aguja con que cocis unos pantalones y salió a su encuentro, pasando largo tiempo abrazados, con los ojos llenos de lágrimas y en silencio.
Todas la veces que leo esta página del evangelio que exhorta a la vigilancia y a la fidelidad, no puedo no pensar a la tía Noemi, que día tras día, durante nueve años, había trabajado como costurera y había criado a mi primo Franco, siempre fiel y operosa , sin perder la esperanza del regreso del tío Pepe. ¿Qué cosa es la vida cristiana si no una espera activa, en la fidelidad al Señor, sino un espera activa en la fidelidad al Señor y en la vigilancia, con el cinto ceñido en la cintura, listos para partir, y la lámpara siempre encendida, para no quedarse dormido? “Felices los servidores a quienes el Señor encuentra vigilando a su llegada”, nos dice hoy el Señor. Pero ser siempre fieles y vigilantes no es todo: se nos pide ser también profetas de la espera, los que mantienen despiertos a los demás con quienes convivimos, para que no sea una espera solitaria. Es la espera de la Iglesia y así fue ña espera de la tía Noemi, quien todos los días hablaba del padre al hijo. Cuando el tío Pepe y la tía Noemi, después de haber hecho el último tramo de Rosignano a Castglioncello juntos, con las manos entrelazadas, y pusieron pie en la casa, Franco lo reconoció inmediatamente y exclamó: “Papá”.