XXVII semana del Tiempo Ordinario – Domingo
La condición de la mujer en la historia
Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría… El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos …. pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne. Gn 2,18-24
Esta página del Génesis nos presenta la realidad del matrimonio en sus orígenes, cuando ha nacido del proyecto de Dios. En ella es clara la igualdad de dignidad entre el hombre y la mujer. Después del pecado original la condición de la mujer en la historia ha decaído. La preguntas que nos ponemos es ¿Por qué el pecado original ha traído este decaimiento de la mujer con respecto al hombre y no viceversa? … Reflexionando sobre este hecho en el curso de los siglos, la mujer haya readquirido la igualdad de dignidad, en l curso de los siglos, nos parece que el motivo recaiga sobre el segundo mandato que ellos han recibido dell Señor, el de dominar la tierra, que para el hombre es primario mientras que para la mujer, por diversos motivo, es secundario. El mandato global, de hecho, era: «[Dios] los bendijo, diciéndoles: «Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los vivientes que se mueven sobre la tierra»(Gn 1,28). Dominar la tierra quería decir participar en la evolución del progreso para adaptarla a las exigencias siempre nuevas de la humanidad.
E la cultura hebrea, y también en la clásica, era como si en la historia hubiera desaparecido el grito de júbilo del hombre, que ya no sentía a la mujer junto a él en las cosas del trabajo: “Esta vez es hueso de mis huesos, carne de mi carne”. El argumento de reevaluación de la mujer fue reprendido por Jesús, no tanto porque lo haya tomado como materia de sus enseñanzas, sino por su comportamiento hacia las mujeres que aparecen en el evangelio. Pensemos en la conversión de la Samaritana (en Juan 4,7-27), en el comportamiento líbero de María Magdalena en casa de los fariseos (Mc 14,2-9) o en el episodio en el que ella recibe el encargo de anunciar a los apóstoles el anuncio de su Resurrección (en Juan 20, 17). El ejemplo de Jesús no fue seguido por la Iglesia: también en las Cartas de San Pablo la mujer es claramente inferior a la mujer. Poco a poco, durante la revolución francesa a fines del siglo XVIII, la historia enseña que el paso decisivo se dio a mitad del siglo pasado, cuando en pocos decenios, la mujer pudo cambiar radicalmente su propia condición, cancelando toda traza de inferioridad, poniendo siempre más las bases para una perfecta igualdad con el hombre. Se pensó, entonces, cambiar suprimir el nombre de Dios como “Padre”, con claros acentos de anti-machismo. El motivo principal de tal cambio fue el proceso de industrialización al que las mujeres, desde entonces, han participado, llegando a obtener niveles más altos de carrera. La mujer, participando al progreso social y tecnológico y obteniendo una debida remuneración, ha readquirido, en la sociedad y dentro de familia, la consideración que en los siglos pasado había perdido. Su reintegración en el progreso del último siglo ha dado pasos de gigante. Hoy el hombre puede exclamar de nuevo: “Esta vez en hueso de mi hueso y carne de mi carne”, pero para que la mujer lo pueda hacer no debe perder su feminidad, ni abandonarse al anti-machismo.