XXIII semana del Tiempo Ordinario – Viernes
Las cinco piedras de los papás
Les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo? ….¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano. Lc 6,39-42
La de hoy podría ser llamada la parábola de las figuras paternales: los papás, los abuelos, los sacerdotes, maestros, educadores y responsables de las comunidades. La parábola no aconseja a un ciego dejarse guiar por otro ciego, porque los dos caerían en un barranco; la segunda, con la imagen de la paja, exhorta a no ver el pecado de los hermanos, si antes no resuelve el problema de su propio pecado. Desafortunadamente somos todos ciegos y pecadores, pero hay diferencia de responsabilidades, como las de los padres de familia, que no obstante sus límites, no pueden dejar de guiar y de corregir a las personas a ellos confiadas. ¿Cómo podemos hacerlo, pues no es fácil vivir en la santidad? La única solución es combatir cada día nuestros límites y nuestro propio pecado. Gracias a Dios existen los medios para llevar a cabo esta batalla con un cierto suceso: la oración, la meditación de las Sagradas Escrituras, la Eucaristía, la confesión frecuente y el ayuno. Nos recuerdan las cinco piedras que el pastorcillo David tomó de la orilla del río para enfrentarse con el gigante Goliat. Son las mismas que deben recoger los padres y todos los que deben guiar y corregir, ya que el pecado y los límites personales son a veces un gigante Goliat. Hace algunos años se nos confió el trabajo de ayudar a una comunidad de familias en crisis a sacarlos de su situación. Comenzamos a hablar con todos los componentes de esa comunidad, excluyendo sólo a los pequeños para no escandalizarlos. Escuchándolos, aparecieron cosas increíbles, que nos han permito tocar con la mano cómo el demoño pueda destruir las realidades más bellas, utilizando la única arma que tiene a su disposición: la inclinación del hombre al pecado. Ya que las personas más comprometidas son los responsables, no ha habido otra solución que la de disolver la comunidad, creando para las familias que formaban parte de esa comunidad, una casa y un trabajo. Cosa que, con la ayuda del Señor, fue posible. Al principio era una grande y bella comunidad, pero con el tiempo habían dejado caer las cinco piedras necesarias: la oración, la meditación de las Sagradas Escrituras, la Eucaristía, la confesión y el ayuno.