ESFS115

XXIII semana del Tiempo Ordinario – Domingo

El Evangelio de los pobres

Hermanos, ustedes que creen en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no hagan acepción de personas. Supongamos que cuando están reunidos, entra un hombre con un anillo de oro y vestido elegantemente, y al mismo tiempo, entra otro pobremente vestido. Si ustedes se fijan en el que está muy bien vestido y le dicen: «Siéntate aquí, en el lugar de honor», y al pobre le dicen: «Quédate allí, de pie», o bien: «Siéntate a mis pies», ¿no están haciendo acaso distinciones entre ustedes y actuando como jueces malintencionados? Escuchen, hermanos muy queridos: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman?  St 2,1-5

Cuando Jesús inició su vida pública en la sinagoga de Nazaret y se puso de pie para leer, una mano desconocida, guiada por el Espíritu de Dios, le entregó el rollo del profeta Isaías. Él lo abrió y leyó: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). Ciertamente Jesús, por la educación recibida de María y de José, había abrazado ya la causa de los pobres, pero aquel día en la sinagoga de Nazaret, resonó oficialmente el fin de su misión: ¡Dios ha escogido a los pobres! Toda la vida pública de Jesús, así como la describen los evangelios, se desarrolla en la oración con el Padre, revelación de los misterios dl Reino, formación de los apóstoles y liberación del hombre de su pobreza. Porque Dios en la persona de Jesús de Nazaret, ha escogido a los pobres, y la Iglesia no puede dejar de hacer lo mismo. Los destinatarios del mensaje del evangelio son los pobres, pero esto no quiere decir que también los ricos y los poderosos no formen parte de este mensaje, bajo a condición de que ellos también se hagan pobres. .“Felices los pobres de espíritu Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos» (Mt 5,3). La única condición para entrar en el reino de los cielos es la pobreza. Los ricos, a menos que no se hagan pobres, no podrán entrar en él.

 El texto de la carta de Santiago Apóstol nos enseña el modo como la comunidad cristiana debe aceptar a los pobres: dándoles la misma dignidad que da a los ricos y a los poderosos. Durante el curso de los años nos hemos dado cuenta que las condiciones para encontrar verdaderamente al Señor son dos: abrirse a los pobres y hacerse pobres. Y que esto sea verdadero lo vemos de que tanto en uno como en el otro caso el hombre es feliz.

Nosotros recordamos siempre con alegría  la navidad de 2002. Lisalberta, regresando a casa después de la Misa, había ayudado a cruzar la calle al señor José, una persona anciana, que vivía en Saronno. Cuando cruzaron la calle, Lisalberta le preguntó: “¿Cómo festeja usted la navidad, señor?… “En mi casa – le respondió. Vivo solo, pero ya me he preparado la comida, tengo todo listo, no me falta nada”… “Venga con nosotros – le replicó Lisberta – tenemos un lugar libre en el comedor…” El señor José no quería aceptar, pero después de tanto insisteir, el señor José aceptó de buena gana ir a casa de Lisberta. Lisberta lo llevó a casa y cuando llegaron a casa, Lisberta anunció: “Hoy tenemos un huésped, se llama José”. Fue día bellísimo para todos y también para José, quien en vez de comer solo, fue adoptado como abuelo y se puso a contar a los niños anécdotas de su vida. La invitación se repitió los años sucesivos, hasta que no pasó a mejor vida. Estamos seguros de que aquella navidad de 2002, en la persona del señor José, se presentó en nuestra casa el mismo Señor Jesús.

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