XXII semana del Tiempo Ordinario – Domingo
Hablamos de método educativo
Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre».Mc 7,14-15.21-23
El hombre – afirma hoy Jesús – puede volverse impuro sólo por lo que sale de su corazón, no de lo que entra viviendo con naturalidad todos los días: “Del corazón, de hecho, salen los malos propósitos: la impureza, robos, homicidios, adulterios, la avidez, el engaño, la envidia, la calumnia, la soberbia, la estupidez”.
Pablo, en su carta a los Gálatas, pensando en esta página del evangelio, agrega que esas manifestaciones – que él llama de la carne – se verifican si nos dejamos guiar solamente por el respeto a la ley. Si por el contrario nos dejamos guiar por el Espíritu, de nosotros nacen “amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bodad y confianza, mansedumbre y temperancia” (Gá 5,22-23). ¿Cómo puede la misma persona producir frutos tan diferentes se si deja guiar por el Espíritu?…
Cuando pasamos por un campo inculto, vemos sólo yerbas malas, si por el contrario pasamos por un campo cultivado, vemos buenos frutos que alegran la vista y el corazón, antes de alimentarnos. El motivo de la diferencia es sólo el cultivo. Saliendo de la metáfora y considerando los frutos de la carne y los del Espíritu, debemos pensar que la diferencia se deba al cultivo que en el caso del hombre, se llama método educativo: para que nuestros hijos produzcan los frutos del Espíritu, debemos impartir a nuestros hijos una educación espiritual. En otras palabras se necesita educarlos a la luz del Evangelio.
No es suficiente quitar las malas costumbres, dando a los jóvenes una buena educación humana; se requiere también sembrar en su corazón la semilla de la Palabra de Dios, regándolo con la la oración y con la frecuencia a los sacramentos. Todo esto no es suficiente. Se necesita que ellos crezcan en el amor, como la planta necesita el calor de la luz del sol. Peo no debe ser un amor exclusivo sólo para ellos, como en la agricultura. Para que los jóvenes crezcan bien, y en tiempo oportuno, den frutos del Espíritu, e que habla San Pablo, se necesita que ellos crezcan en una ambiente de amor global: amor, amor de los padres hacia los hijos y entre ellos mismos. Si la semilla es buena y el terreno es bueno la semilla producirá frutos excelentes. Para una buena cultivación hay que respetar el descanso del año sabático: “Durante seis años sembrarás tu campo, podarás tu viña y cosecharás sus productos. Pero el séptimo año, la tierra tendrá un sábado de descanso, un sábado en honor del Señor” (Lv. 25,3-49. Aplicando esta regla de la agricultura al método educativo se necesita que la educación no sea intensivo y obsesiva: los jóvenes tiene necesidad de sus espacios y de sus tiempos libres, para poder asimilar, crecer y vivir con libertad de espíritu para cultivar sus sueños.