XXI semana del Tiempo Ordinario – Miércoles
El secreto de la juventud
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: «Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas»! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. ¡Colmen entonces la medida de sus padres! Mt 23,27-32
Sucede que un hombre pierda la alegría de su propio trabajo o que un empresario piense en acumular riquezas. Sucede a veces que en los dos esposos el amor inicial se consume y que dos amigos se canses de encontrarse. Sucede también que los administradores y los gobernantes piensen sólo en sus propios intereses y que los enseñantes y médicos pierdan el sentido de su misión. Sucede que los jueces se vendan a los poderosos. Sucede también que la Iglesia se llene de orgullo y pierda el espíritu originario. Todo eso se debe a la esclerosis del espíritu, por la acción sutil del demonio que, poco a poco si cansarse, nos quite los sueños, para banalizar de nuestro modo de vivir. Y así, con el pasar de los años, corremos el riesgo de ocuparnos solo de las apariencias, de ser como los escribas y fariseos que viven como sepulcros blanqueados, privados de entusiasmo, de esperanzas, de esperanza y de gozo de vivir. La única manera para evitar esta esclerosis espiritual es la de acercarse cada día a la vida de Dios, en la oración, en la alabanza, en los sacramentos y en la capacidad de gozar de las grandes cosas: el salir y el meterse del sol, el cielo estrellado, un niño que nace, una flor que sonríe, un buen plato de espaguetti y la búsqueda continua de la paz y del silencio interior.
Danos, Señor, la perseverancia de quitarnos la sed cada día, en las fuentes del espíritu. Concédenos, Señor, gozar de todo lo que tenemos, de la paz, del silencio interior. Danos una vida activa, pero sin preocupaciones, la capacidad de dar y darnos a nosotros mismos. Danos, Señor, la alegría de vivir, de sonreir, de nuestras debilidades, la pobreza de espíritu. Danos, Señor, la juventud del corazón, una vejez serena, y finalmente, una muerte santa.