XX semana del Tiempo Ordinario – Viernes
El amor por la Iglesia
Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en ese lugar, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas». Mt 22,34-40
Hoy en nuestros días se discute mucho si en el cristianismo el primado se encuentra en el amor de Dios o en el del prójimo. Nosotros sostenemos que el primado se encuentre en el amor hacia Dios, de quien somos pequeños rayos que reflejan el amor divino al origen de todo: Jesús dice: Ámense los unos a los otros como Yo los he amado a Ustedes” (Jn 15,12). Y después agrega: “Esto es lo que les mando que se amen los unos a los otros”. (Jn 15,17). Por estas palabras parecería que el primado sea amar al prójimo, pero no es así. Es cierto que el amor al prójimo es la carta de identificación para verificar nuestro amor a Dios, ya que estos dos mandamientos se funden en uno solo en el camino espiritual: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos” dice Juan en su primera carta (1Jn 3,14). Y así hemos llegado a la fuente del amor hacia nosotros mismos, porque el que ama a Dios y al prójimo vive en la alegría y ama a sí mismo. Estas tres formas de amor – hacia Dios, hacia al prójimo y hacia uno mismo – se tocan y se realizan juntas a través de el paso de la muerte a la vida, a través de la Iglesia, la única barca que realiza este servicio. Para subir a la barca, se necesita la fe, pero una vez que subimos navegamos tranquilos, porque en el timón está el Señor. No existe barca más segura que la Iglesia. Este es el motivo por el cual amamos a la Iglesia: fuera de ella no hay amor y no está el Señor. A veces la querríamos diferente, como también nosotros queremos ser diferentes. “Pero si amases una Iglesia perfecta – diría el Señor, ¿qué mérito tendrías? La Iglesia la amamos porque es imperfecta, mas amándola encuentra ahí al Señor y a los hermanos, todos juntos, y podemos hacerla mejor.