XX semana del Tiempo Ordinario – Jueves
Amigo, tú no tienes fe
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado… Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación… el rey se indignó y….Luego dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado … Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren». Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró … encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. «Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?». El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: «Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas.Mt 22,1-13
El Reino de los cielosnos dice la parábola de hoy, se parece a una fiesta que Dios Padre, ha preparado para su Hijo, Jesucristo. La esposa es la humanidad, que en matrimonio cambie su nombre y se llama Iglesia. A la fiesta, como sucede en nuestros matrimonios de casa Castaldi, fueron invitados los familiares y amigos más queridos, que en la parábola simbolizan al pueblo de Israel, que había sido invitado dos mil años antes. Ya que la fiesta había sido ya preparada y los primeros invitados la habían desairado, entonces Dios Padre si dirige al mundo pagano – de quien nosotros somos los herederos. que, en la planificación celestial, debíamos ser invitados más tarde. Fue una grande fiesta la que han llegado personas de todas partes, quienes se han hecho inmediatamente amigas, y siguieron frecuentándose en los próximos encuentros eucarísticos en distintos lugares para no perder el maravilloso clima que se había formado antes. Durante la fiesta, sin embargo, sucede algo inesperado: el Rey entra en la sala y ve, con sus ojos expertos, a uno de los comensales sin el traje nupcial. Es uno que come y bebe con los demás, pero no participa al convivio, no aplaude a los esposos y no conversa con los demás comensales. Es uno que se mescla con los demás, pero no piensa más que en sí mismo y no en los demás. En otras palabras, está ahí, pero no tiene fe, que es la única veste nupcial requerida. El Rey se le acerca y le dice: “Amigo,… ¿cómo has entrado aquí sin la veste nupcial? Él enmudece y el Rey lo echa afuera. Han pasado dos mil años desde aquellas fiestas y los comensales venidos más tarde se han multiplicado, pero algunos han perdido la veste nupcial o sus colores se han desgastado con el tiempo. ¿Qué va a suceder? Tal vez el Rey llamará a otros comensales quienes desoyen la invitación. Tal vez lleguen algunos de los primeros llamados, los que habían desoído la invitación. ¿Quién sabe? Una cosa, sin embargo, es cierta: el Rey está atento y ciertamente intervendrá para que el banquete, que dura ya dos mil años, vuelva a llenarse de alegría.