ESFS112

XX semana del Tiempo Ordinario – Domingo

El banquete eucarístico

Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo» ….. Jesús les respondió: «… El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna …. permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí …. El que coma de este pan vivirá eternamente». Jn 6,51-58

La historia de la salvación, desde la llamada de Abraham, es una continua, incesante invitación a un banquete que, en la plenitud de la alegría, se realizará sólo al fin de lo tiempos. Mieht5ras estemos en esta vida la fiesta, por más bella que sea, será siempre incompleta: Abraham, en Mambre, invita a comer al Señor bajo la apariencia de tres caminantes, pero el encuentro es breve y fugaz; la comida del pueblo de Israel, antes de la fuga en Egipto, se consumó velozmente y parados; en las bodas de Caná, donde inicia Jesús su visa pública, les faltó el vino; en el banquete en casa de Mateo, se escandalizan los fariseos de que Jesús haya aceptado comer con los públicos pecadores; durante la última cena del Señor con sus apóstoles se consuma la traición de Judas.

Es la historia de los eventos humanos que, aunque bellos, producen siempre una alegría efímera, incompleta y disturbada por el pecado y por los límites del hombre. Hay, sin embargo, un banquete en la historia de la salvación, cuando el disturbio fuera lo máximo, no ha disturbado mínimamente la grandeza de aquella invitación. Fue cuando Jesús ofreció su sacrificio en el Calvario. Esa donación, desde hace dos mil años, se actualiza en la Iglesia en el sacramento de la eucaristía: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá eternamente y el pan que les daré mi carne para la vida del mundo”. 

También el evento de la eucaristía, que, aunque si el sentido de su gracia no sea mínimamente ofuscada por la fugacidad de la naturaleza humana en que se cumple, tiene aspectos que deberían ser mejorados: la alegría y la alabanza de los que participan del evento eucarístico deberían ser más completos y  la comunión con el Señor debería realizarse bajo las especies de pan y de vino. “Io sono il pane vivo, disceso dal cielo. Se uno mangia di questo pane vivrà in eterno e il pane che io darò è la mia carne per la vita del mondo”. En el banquete de la eucaristía no tiene sentido que solamente el sacerdote coma y beba él solo, también los fieles cristianos deben comer y beber porque en la eucaristía todos somos iguales y todos tenemos necesidad de un sacramento completo. “Porque esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza que se derrama por muchos para la remisión de los pecados”(Mt. 26,28). Se necesita que la Iglesia entienda este aspecto de la eucaristía en su liturgia. En nuestra familia, durante las comidas dominicales, cuando celebramos los eventos de la semana, permitamos aún a los niños probar el vino santo. La fiesta es fiesta para todos.

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