ESFL237

XVIII semana del Tiempo Ordinario – Lunes

La lógica del milagro

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas…. La barca ya …. porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron…. Pero Jesús les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman. Entonces Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua». «Ven», le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame». En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Mt 14,22-32

Los vientos contrarios, ya sea sobre el lago o sobre la vida, soplan siempre amenazadores. ¿Qué cosa le permite a Jesús caminar tranquilo sobre las agitadas aguas y sobre las adversidades sobre las cuales las personas normalmente se asustan y se pierden? Nosotros conocemos sólo una respuesta: la fe y la oración. Cuando el viento comienza a soplar él se queda solo sobre el monte a orar, mientras que los apóstoles están remando fatigosamente en la barca, para llegar a la ribera opuesta del lago. De repente Jesús baja del monte y va a encontrarlos caminando sobre las aguas. Como todos, también Pedro quisiera caminar sobre las aguas, que representan las instituciones negativas de la vida: “Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Jesús le dice: “¡Ven!” , y Pedro baja al lago, pero por la violencia del viento se asusta y comienza a hundirse. ¿Por qué Pedro, a diferencia de Jesús, tiene miedo del viento, aunque viva la experiencia de caminar sobre las aguas? Depende del hecho que su petición nace dal deseo de una “señal”, no de la costumbre de la oración. También nosotros hemos vivido alguna experiencia semejante. Hace treinta años María Carmela fue operada de un terrible tumor y el profesor Nicolás, que la había operado, nos quitó la esperanza de sanación, previendo para ella solamente pocos meses de vida. Nosotros, en nuestra desesperación, la encomendamos a Dios en la oración. Trascurrieron los años, María Carmela sanó y ahora vive una vida normal, se casó y tuvo dos hijas, pero aquella fe en nosotros no se transformó en una habitud  a la oración, de tal modo de cambiar nuestro modo de vivir. Así nos sucede a nosotros, como a Pedro, y entramos en crisis por cualquier vientecillo que luego ha regresado a soplar en nuestra vida. Probablemente debemos redescubrir el valor de esta oración de la mañana, para emprender nuestra atravesada tranquila hasta la otra orilla.

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