ESFL232

XVII semana del Tiempo Ordinario – Miércoles

El misterio escondido

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró. Mt 13,44-46

Estas dos parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa, me hacen pensar cuando, siendo muchacho, iba en el bosque a buscar hongos con el tío Santi. El bosque con sus multíplices escondites y con la vida que existe ahí, siempre ha suscitado en mí un enfadoso sentido de misterio, pero el período más entusiasmante era cuando iba a buscar hongos hacia el fin del verano. Lo que me admiraba más es ver como los hongos venenosos y los de menor calidad aparecían primero, mientras que los mejores eran siempre cubiertos por los arbustos del bosque, las primeras hojas caídas del otoño.  Un día le pregunté a mi tío, quien era experto en buscar hongos, me contestó: “Los hongos son como las personas, lo mejor siempre está escondido”. La sabiduría de aquella respuesta, junto con el esmero de ir a buscar hongos, me ha siempre acercarme al misterio del bosque. y al misterio de la vida: todo aquello que resplandece y es más aparatoso, esconde la nada, mientras que es cierto y precioso está siempre escondido, como el tesoro y la perla del texto del evangelio de hoy. Estos simbolizan al Señor de la vida, que se encarnó en la humanidad de Jesús de Nazaret. Pero recordemos la alegría que sentimos en dar, más que en recibir, y el sentido de la existencia que se esconde en la pobreza de espíritu, más que en la riqueza en recibir; en el perdón más que en la venganza, en la mansedumbre más que en el poderío; en la humildad y no en la soberbia; en el morir a nosotros mismos que en el suceso. Para encontrar estos tesoros hay que vender todo, hay que renunciar a todo lo que somos para convertirnos en otra persona. Hay que convertirnos.   

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