XVI semana del Tiempo Ordinario – Viernes
La parabola del sembrador
Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno».Mt 13,18-23
Esta parábola explicada por el mismo Jesús, debería ser incluída en el curso prematrimonial de las parroquias, porque traza un verdadero programa formativo, ya sea para los padres de familia como para los hijos. El sembrador es el Señor, que oportunamente siempre su palabra en el corazón de los hijos. El deber de los padres de familia es preliminar: ellos deber ser como el buen campesino, que prepara el terreno arándolo y fertilizándolo. Los papás el mismo modo deben preparar el corazón de los hijos para recibir la palabra del Señor. El primer riesgo que uno puede encontrar escuchando la palabra de Dios – dice el Señor – es el de no comprenderla por falta de costumbre de escuchar. Es la semilla caída en el camino. El deber de los papás es entonces el de acostumbrar a los hijos a la meditación de las Sagradas Escrituras para que sintonicen desde pequeños con el pensamiento de Dios desde que están pequeños. Asi, cuando el Señor hable a sus corazones, ellos lo escucharás como a la voz familiar.
El segundo riesgo es que la palabra de Dios caiga en un corazón lleno de piedras en el cual no puede echar raíces bien, porque hay poca tierra. El deber de los papás es, entonces, el de quitar las piedras, comenzando por las demasiadas actividades diarias. Ninguna de estas acciones es negativa, pero siendo demasiadas, los hace vivir de una manera superficial, y favorecen la inconstancia y lo falta de perseverancia, que –como dice hoy Jesús – son los defectos simbolizados por el terreno pedregoso. El tercer riesgo es un cotazón lleno de espinas, que Jesús identifica con las preocupaciones del mundo y el engaño de las riquezas. Un corazón preocupado no es libre y no puede recibir nada ni a nadie, y menos aún la Palabra de Dios. No hablamos del engaño de la riqueza que, siguiéndola, no deja espacio para los demás. Alejados de estos riesgos, la Palabra de <dios poco a poco producirá siempre fruto.: “ya sea cien, ya sea sesenta, ya treinta por uno”. Nuestra experiencia de padres de familia nos enseña que aún los tiempos de maturación son diferentes, e no siempre fruto es el nace por primero.