ESSM015

3 de Julio – Santo Tomás el Apóstol

La felicidad de la Iglesia

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.  Los otros discípulos le dijeron: «¡Hemos visto al Señor!». El les respondió: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré».  Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!».  Luego dijo a Tomás: «Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe».  Tomas respondió: «¡Señor mío y Dios mío!.  Jesús le dijo: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!».Jn 20,24-29

Hace un mes mi madre se encontraba en Tierra Santa con Gabriela y Pedro, dos amigos muy queridos. Yo hubiera ido si no hubiera tenido algunas cosas que hacer. Pero es como si hubiera ido ya que en el matrimonio existe la propiedad transitiva de la gracia por medio de la cual los sentimientos, pensamientos y bendiciones se funden entre la esposa y el marido en forma misteriosa, y la esperanza de uno se convierte en esperanza de los dos. Yo me encontraba en Milán cuando, en la pausa de la reunión yo telefoneé a Ana María. “Que hermoso – me respondió – estamos haciendo oración en el Monte de las beatitudes”. Yo le dije: “Bien, reza también por mí”. «Lo estoy haciendo en este momento», repitió ella. Nos saludamos: Ana María ha continuado su oración y yo mi reunión, con una paz en el corazón que me ha recordado el saludo de Jesús a los Apóstoles, en el evangelio de hoy: “La paz esté con Ustedes”. Pere ¿de dónde viene esta paz? Se trata de una beatitud que Jesús no ha enumerado en el monte, la paz que desde hace dos mil años en el monte donde estaba orando Ana María; pero la ha anunciado después a Tomás y se encuentra en el evangelio de hoy: “Tú crees porque me has visto. ¡Felices aquellos que creerán sin haber visto!”. Es la beatitud de la Iglesia, que desde hace dos mil años viven los que, habiendo creído en el evangelio, siguen el camino espiritual opuesto al de Tomás. Él ha creído porque vio, nosotros vemos porque creemos. Esla maravillosa síntesis de San Agustín: “Credo ut intelligam! Creo para entender! Es aquella primera beatitud que, vivida en su plenitud, nos permite vivir todas las demás que Jesús ha enumerado en el monte sobre el cual oraba Ana María: Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los misericordiosos, bienaventurados los puros de corazón. Es un milagro continuo de la gracia de Dios.

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