ESFL197

XII semana del Tiempo Ordinario – Miércoles

Las palabras y las obras 

Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán. Mt 7,15-20

Existen profetas de la Biblia, de la historia, de la política, de la economía. Toda actividad humana que requiere un cierta capacidad para saber leer los signos de los tiempos, aunque sea en ambientes limitados, exige sus profetas, y la primera cosa que hay que entender es si son creíbles o no. Como criterio de evaluación, el evangelio de hoy nos indica los “frutos”, no las palabras. Las palabras de los hombres expresan las ideas y los conceptos, pero son las obras las que establecen su credulidad.

Un día el Mahama Ghandi, que en el siglo pasado ha guiado la liberación no violenta de la India del dominio de los Ingleses, se me acercó una mujer y me dijo: “Mi hijo está engordando demasiado y se le van a podrir los dientes porque come muchos dulces –le dijo – yo se lo he dicho y repetido, pero no me hace caso. Por favor, dígaselo Usted ya que lo estima mucho”. “Regresen los dos dentro de tres días” – le dijo Ghandi. Al tercer día la mujer regresó con su hijo, a quien Ghandi dijo solamente: “Muchacho, no comas dulces, porque te hacen daño”. “Perdóneme – comentó la mujer – pero una recomendación como ésta hubiera podido dársela hace tres días!” “No! – respondió Ghandi – porque hace tres días también yo comía dulces”. El hombre sabio y creible no puede prescindir de la coherencia  entre palabras y obras. También nosotros, en nuestra experiencia familiar, hemos recibido un gran ejemplo de coherencia el Padre Arturo, una persona que recordamos con frecuencia. Hace treinta años, teniendo ya diez hijos, pensábamos adoptar a Luis y a Edgar, dos muchachos de grandes del que Padre Juan Salerno, misionero agustiniano, nos había señalado desde Perú, platicamos con el padre Arturo para que nos ayudara en el discernimiento. “Lo pueden hacer – exclamó – porque es una cosa buena: el Señor les recompensará y nos les hará faltar el pan cotidiano”. Adoptamos a Luis y a Edgar y padre Arturo todos los días no traía una bolsa llena de frutas frescas para toda la familia. En un dia frio de invierno no vino y pensamos que se le habría olvidado. Pero no fue así. Mientras venía a nuestra casa, con la bolsa llena de panes, un automóvil, que se había salido del camino por la nieve, lo había investido y la bolsa de panes se habían esparcido por el camino. Para nosotros fueron suficientes los panes del día anterior, que habíamos guardado como cosas sagradas. Y así, cuando un hijo sale de casa para seguir su proyecto de vida, nosotros le damos algunos panes como señal de la Providencia y fidelidad a la palabra dicha.

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