XII semana del Tiempo Ordinario – Martes
Dios, nosotros y el próximo
No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos. Todos los que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas. Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que van por allí. Pero es angosta la puerta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran. Mt 7,6.12-14
Dios, nosotros y el prójimo son las tres referencias de todo pensamiento, de cada sentimiento y cada acción de nuestras vidas. Los mandamientos que Moisés recibió en el Monte Sinaí, se pueden resumir – Dice Jesús – en uno: ama a «Dios» sobre todas las cosas y al «prójimo» como «a ti mismo.» Y las tres virtudes teologales son la forma en que se nos da para amar: la «fe» para a Dios, “la caridad” para amar al prójimo y la «esperanza» para amarnos a nosotros mismos, porque quien no vive en la esperanza que no se ama. Incluso los preceptos de la iglesia y aquellos que nos encontramos en el evangelio, siempre se refieren a Dios, a nosotros mismos y a los demás.
El pasaje del Evangelio de hoy nos presenta tres: son todas recomendaciones, que tienen por objeto el comportamiento hacia las cosas de Dios, las de los prójimos y las personales. La primera se refiere al respeto por las cosas de Dios, que no se deben dar a los que no creen en el señorío de Jesucristo. A los gentiles sólo se les debe llevar el mensaje del Evangelio, el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado para su salvación y del mundo entero. A los que han creído en el primer anuncio, los misterios del reino y de la doctrina de la iglesia se enseñan más tarde, durante el crecimiento espiritual. La segunda recomendación se refiere a nuestra conducta, para amar al prójimo en lo concreto de la vida cotidiana: basta con que hagamos a los demás, como nos gustaría que hicieran con nosotros. No hay una regla más simple y práctica que esta. La tercera se refiere a las medidas que deben adoptarse con respecto a nosotros mismos y nuestras opciones de vida, porque en todo momento y en todas las situaciones nos enfrentamos a dos puertas, una ancha y la otra angosta. En la puerta ancha, que es la que no requiere compromiso, del egoísmo, de la crítica, se entra con mayor facilidad, pero luego se haya uno viviendo en una situación estrecha e imposible de vivir. En la puerta estrecha o angosta se entra con dificultad, porque tenemos que hacer violencia contra nuestra naturaleza que, a causa del pecado, no es magnánima, generosa ni benevolente, pero, una vez adentro, nos encontramos en los espacios amplios e infinitos de Dios.