ESFS104

XII semana de Tiempo Ordinario – Domingo

Navegar con el Señor a bordo

Al atardecer de ese mismo día, les dijo: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?». Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen». Mc 4,35-41

Hace agunos días Paula y Nicolás, dos de nuestros jóvenes amigos, han tenido la alegría del nacimiento de su hija Isabel, la cual pero – quizá por el descuido de alguien- apenas nacida ha contraido un virus. Estaba en peligro de vida, por lo cual, tan pequeñita, ha sido sumisa a una enérgica terapia, con el resultado de que se iba a poner en la situación de heredar consecuencias muy negativas para toda la vida. Nos pidieron de rezar y nosotros lo hemos hecho junto con todos nuestros hijos, y ahora estamos serenos y tranquilos: Isabel sanará, crecerá y se hará una bella muchacha.

¿De donde nos llega esta certeza? Llega del hecho de que sus padres, acogiendo la voluntad del Señor, se han abierto a la vida en modo maravilloso, aceptando a cada hijo que el Señor les hubiese enviado.

Es una página de la vida que hemos leído y vivido también nosotros. El pasaje del vendaval callado, del cual nos habla hoy el evangelio de Marcos, nos da la explicación bíblica y teológica: Dios es dueño y Señor de lo creado y de todos los acontecimientos de la historia, también de los negativos, que Él, por misteriosas razones, permite, pero de los cuales nunca piede el control. 

La seguridad de aquella barquita, en la cual los apóstoles están cruzando el lago de Tiberíades, en medio de la tempestad, no se basa en la robusteza de la imbarcación y tampoco en la capacidad de los marineros, los cuales, presa del pánico, quien sabe cuantas tonterías y maniobras equivocadas cumplen. La seguridad está en el hecho de que a bordo está el Señor, el cual, a pesar de la poca fe de los apóstoles, en un cierto momento se despierta y dice al mar: “¡Silencio! ¡Cállate!” El viento cesa, sobreviene una gran calma y la barca atraca tranquila en la otra rivera del lago. Es la seguridad de la Iglesia, también en tiempos difíciles como los que estamos cruzando. No tiene importancia si las tempestades son violentas, ni siquiera si aquel que la guía sea más o menos experto: lo que solo importa es que el Señor esté a bordo. 

¡Cuantas tonterías y errores de maniobras hemos hecho también nosotros a lo largo de los años!.. Pero nuestra barquita familiar siempre ha navegado tranquila, en medio de las tormentas y del agua que entraba por todas partes, porque a bordo siempre hemos tenido el Señor. Él es el dueño de lo creado y de los acontenteciemientos de la historia: nuestra barca tiene solo que mantener el rumbo para realizar el proyecto de vida que nos ha sido confiado. Es por este motivo que Paula y Nicolás pueden estar tranquilos: ¡Isabel sanará, crecerá y se será una bella muchacha!

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