Sagrado Corazón de Jesús
La Iglesia nace de la sangre y del agua
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: “No le quebrarán ninguno de sus huesos” . Y otro pasaje de la Escritura, dice: “Verán al que ellos mismos traspasaron”. Jn 19,31-37
Jesucristo murió. Él ofreció su vida y su cuerpo para la salvación del mundo. Su historia humana se terminó, y aquel soldado romano que se acercó a Él para infligirle el golpe de gracia, según el ritual de aquel tiempo, tenía este significado: “. El espectáculo se ha terminado, vuelvan todos a sus casas” En este punto, sin embargo, cambia la escena: de ese costado traspasado brotó sangre y agua, símbolo de la vida que surge de la muerte. No es verdad que todo ha terminado, es verdad el contario: ahora todo empieza. Es la señal de que de aquel cuerpo, de la sangre y del agua, está naciendo la Eucaristía y con ella la Iglesia. Sería interesante acercarse para mirar más de cerca, a través del orificio de aquella herida, la nueva vida que empieza a palpitar.
Tengo un recuerdo de cuando nació mi hermano Víctor. Yo era todavía pequeño, tenía seis años. En la pieza de nuestra casa de Sieci estaban mi madre, que estaba dando a luz, la partera y mi padre. Me picó la curiosidad y me acerqué para ver, a través del ojo de la cerradura, lo que estaba sucediendo. En un momento dado, después de tanto sufrimiento de mi madre y la aprehensión de mi padre, Víctor nació y fue el triunfo de la vida.
Hoy , día del Sagrado Corazón de Jesús, acerquémosnos de la misma manera al costado traspasado de Cristo, para asistir al primer vagido de la Eucaristía y de la Iglesia. Porque entrambas nacen juntas: hay entre ellas una relación íntima y son inseparables. S. Agustín, hablando de la Eucaristía, dijo: “Es vuestro misterio que se celebra en el altar del Señor, ya que ustedes son el cuerpo de Cristo y sus miembros.”
Mirando, entonces, a través de la herida que hizo la lanza del soldado romano, nosotros, junto con el nacimiento de la Eucaristía y de la Iglesia, vemos también aclararse, como en un inesperada aurora boreal, nuestro misterio de hombres. Y el misterio que se ilumina es el hecho de que también nosotros nacemos a una vida nueva y completamente diferente: otras personas, otras esperanzas, otros proyectos y otros sueños.
Recuerdo que después de haber visto a través del ojo de la cerradura, el nacimiento de mi hermano, he reflexionado mucho sobre el hecho de que también yo había nacido de la misma manera. Hoy, después de muchos años, este pasaje del Evangelio me pide que medite en la sangre, en el agua y en el cuerpo sin vida de Cristo, porque de aquí tuvo origen mi fe. Pero más que una meditación es un contemplar el misterio de la cruz y dejar que él me hable.