ESFL173

VIII semana del Tiempo Ordinario – Jueves

El ciego de Jericó 

Después llegaron a Jericó. Cuando Jesús salía de allí, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo –Bartimeo, un mendigo ciego– estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten piedad de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llámenlo». Entonces llamaron al ciego y le dijeron: «¡Animo, levántate! El te llama». Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia él. Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?. El le respondió: «Maestro, que yo pueda ver». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino. Mc 10,46-52

Todas las veces que, abriendo el evangelio, encontramos a Bartimeo, es como si nos viéramos en el espejo a constatar nuestro estado espiritual, para darle una ordenadita y seguir adelante con un espíritu nuevo en el camino de la secuela de Jesús. Esta escena, en su extraordinaria vivacidad, nos habla de nosotros. Los discípulos que caminaban cansados por aquel camino asoleado de Jericó, se arrastraban en la secuela de Jesús, fastidiados por los gritos de ayuda de Bartimeo, somos nosotros que nos sentimos disturbados por los gritos del ciego Bartimeo sentado y segregado a orillas del camino, pero no tan ciego como para no darse cuenta de la señoría de Jesús sobre las fuerzas  del mal. Esta es nuestra situación, de la cual estamos llamados a tomar consciencia y encontrar la fuerza de dar el salto que ha cambiado completamente la vida de Bartimeo.

Debemos, también nosotros, comenzar a gritar desde lo profundo de nuestro corazón: “Hijo de David, ten compasión de mi”, repitiendo este grito una, diez y mil veces, hasta que Jesús se voltee y nos mire. En este momento debemos ponernos de pie como el cielo, dejar nuestro manto de las cosas inútiles y correr hacia Jesús para que nos cure definitivamente de nuestra ceguera y podamos también nosotros seguirlo, con espíritu nuevo a lo largo del camino de nuestra vida. La marginación del pobre ciego Bartimeo es la de muchas personas y muchos pueblos de nuestros días. Muchos gritan, otros no tienen ni siquiera la fuerza de gritar, otros también , después de gritar mucho, han perdido la voz y se sientan a lo largo del camino. Es el momento histórico de nuestros tiempos, y tal vez tenemos que detenernos y hablar con los tantos Bartimeos que piden dinero por el camino, y decirles: ¿Qué quieres que haga por ti?”

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