VI Semana de Pascua – Martes
El Espíritu Santo y la iglesia
Ahora me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: «¿A dónde vas?». Pero al decirles esto, ustedes se han entristecido. Sin embargo, les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me voy, se lo enviaré. Y cuando él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí. La justicia, en que yo me voy al Padre y ustedes ya no me verán. Y el juicio, en que el Príncipe de este mundo ya ha sido condenado. Jn 16,5-11
La historia de la salvación del hombre y del mundo es obra de Dios por excelencia y Él participa en ella totalmente en las tres Personas que lo constituyen. En el Antiguo Testamento destaca más la Persona del Padre, quien mientras obra, anuncia, por medio de los profetas, la futura venida del Hijo que se encarnará en la Persona de Jesús de Nazaret. Él, por su parte, cuando su obra está por terminar, anuncia la sucesiva venida del Espíritu Santo, con la cual vendrá el tiempo de la Iglesia. En esta tercera fase, la salvación del mundo, que se realizó con la muerte en la cruz y la resurrección de Jesús, se realiza en plenitud. “Es bueno para ustedes que Yo me vaya – dice Jesús en el evangelio – porque si no me voy, no vendrá el Espíritu Paráclito [el Espíritu Santo]; pero si me voy, lo mandaré a ustedes. Esto sucederá el día de Pentecostés. Después Jesús agrega: “Y cuando Él vendrá, mostrará la culpa del mundo por lo que se refiere al pecado, a la justicia y al juicio. Por lo que se refiere al pecado, porque no creen en Mí, a la justicia, porque me voy al Padre y ya no me verán; por lo que se refiere al juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido ya condenado”.
Son tres versículos herméticos que el Papa Juan Pablo II explica muy bien en su encíclica “Dominum et vivificantem (1986): «El pecado, en este pasaje, significa la incredulidad que Jesús encontró entre los “suyos”, comenzando con los nazarenos. Significa el rechazo de su misión, que llevará a los hombres a condenarlo a muerte. Cuando sucesivamente habla de la “justicia”, Jesús parece tener en mente la justicia definitiva, que el Padre le dará circundándolo con la gloria de la resurrección y de la ascensión al cielo: “Voy al Padre”. Y en el contexto del “pecado” y de la “justicia” entendido así, “el juicio significa que el Espíritu de Verdad demostrará la culpa del “mundo” en la condena de Jesús a la muerte en la cruz. Sin embargo, convencer del pecado y de la justicia tiene como fin la salvación del mundo, la salvación de los hombres. Cristo no vino al mundo solamente para juzgar y condenar; Él ha venido para salvarlo. El convencer al mundo del pecado y de la justicia tiene como fin la salvación del mundo, la salvación de los hombres. Esta verdad es subrayada por la afirmación que “el juicio” se refiere solamente al “príncipe de este mundo”, es decir a Satanás. A la luz de esta explicación nosotros debemos solamente abrirnos a la acción de la gracia y dejarnos salvar».