ESFL089

II Semana de Pascua – Martes

La meritocracia y la condivisión

La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma. Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos. Los Apóstoles daban testimonio con mucho poder de la resurrección del Señor Jesús y gozaban de gran estima. Ninguno padecía necesidad, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían y ponían el dinero a disposición de los Apóstoles, para que se distribuyera a cada uno según sus necesidades. Hch 4,32-35

También esta página de los Actos de los Apóstoles es palabra de Dios como las demás, y aunque deshacer con auto justificaciones de todo tipo – cambios históricos, ambientales y epocales, – es siempre un vaso difícil de beber. El compartir los bienes con los demás es una propuesta de vida poco aplicable a nivel diocesano y parroquial, tal vez sea posible de aplicaren un contexto familiar  y comunitario, pero no siempre. El primer obstáculo es nuestra mentalidad meritocrática, en el sentido de que el criterio distributivo de las riquezas tine mucho que ver con los méritos y poco con las necesidades. Aún los así llamados amortiguadores sociales, que tiende a reequilibrar  las diferencias económicas entre personas y categorías, es más fácil encontrarlas en la sociedad civil, en la son institucionalizadas, que en los ambientes eclesiásticos. He conocido solo dos parroquias, una en Florida y otra en Milán, la parroquia de San Eustorgio, en las que he visto aplicar el principio de los diezmos. En esas parroquias un cierto número de fieles consignaba a la parroquia una parte de sus entradas, y ella proveía a sus propias necesidades y ayudaba a las personas y familias más pobres.

Aún en la parroquia de Castiglincello asistimos, asistimos nuestras vacaciones, a una incesante actividad en favor de los pobres. Todos estaban dispuestos a buscar fondos, desde los jóvenes hasta los ancianos,  en las formas más variadas y fantasiosas, que van desde los espectáculos a las cenas marineras y a las pinturas más artísticas.  En efecto, reflexionando bien, ¿qué sentido tiene participar a la Eucaristía, en la que el Señor se ofrece a todos, para después regresar a casa con el completo desinterés de las necesidades de los demás? ¿Y qué sentido tiene considerar todo como producto de nuestro trabajo, cuando sabemos que todo lo que tenemos, la salud, la voluntad, la herencia y la familia son talentos que Dios nos ha dado desde nuestro nacimiento? Son argumento sobre los que debemos reflexionar seguido para descubrir lo que le sucedió a Gabriel D’Annunzio, el verdadero sentido de la propiedad, cuando estaba por morir dijo: “Me doy cuenta que lo que verdaderamente poseo es  lo que he donado a los demás”.   

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