V Semana de Cuaresma – Jueves.
La muerte es sólo apariencia
Les aseguro que el que es fiel a mi palabra, no morirá jamás». Los judíos le dijeron: «Ahora sí estamos seguros de que estás endemoniado. Abraham murió, los profetas también, y tú dices: «El que es fiel a mi palabra, no morirá jamás»…..Jesús respondió: «Les aseguro que desde antes que naciera Abraham, Yo Soy». Entonces tomaron piedras para apedrearlo, pero Jesús se escondió y salió del Templo. Jn 8,51-59
Retomamos la imagen de la alfombra de ayer. Se observamos el mundo que nos circunda con los ojos de la mente es como si observáramos la alfombra de la sala al revés: veríamos sólo muchos hilos sin forma y con colorees confusos. Si por el contrario la observamos con los ojos de la fe es como si la viéramos por la parte anterior, donde todo se ve claro. Así es claro que la muerte no existe: existe sólo la vida. La muerte es la más trágica realidad de este mundo, pero es un evento aparente: es una abeja que ha perdido su piquete. Y la señal de esta verdad es que ya nadie le tiene miedo. Hasta un cierto punto, cuando estamos conscientes de que nuestro proyecto de vida se ha cumplido, termina siendo un pensamiento familiar y bueno. En las Sagradas Escrituras encontramos muchas veces esta expresión “un amor viejo y lleno de días” y San Francisco la llama “hermana muerte”. El hombre de fe envejece y muerte sonriendo, porque sabe que la muerte no es más que la puerta para entrar en la vida eterna. , la cual siendo estrecha, permite que entremos con pocas maletas. Los abuelos, el tío Ilo, el tío Fray Hugo y muchos amigos que nos han dejado, han muerto sonriendo, y ahora viven en la comunión de los Santos. Nosotros sentimos su presencia cada vez que habremos recurrimos a sus oraciones y reconocemos su ayuda. Se han ido sonriendo, porque sabían que más allá de aquella puerta, habrían encontrado la misericordia del Señor y habrían visto finalmente el diseño del tapete que, cuando está en el piso, uno lo pisotea, no se puede admirar en toda su belleza.
También nosotros comenzamos a percibir estos sentimientos, entrelazados con el deseo de gastar bien y juntos nuestros últimos centavos de los talentos que hemos recibido. Y, en la espera de ellos, elevamos al Señor esta oración: “Señor, no nos llames en estos días, no nos llames cuando todavía no hemos cumplido nuestra obra. Llámanos cuando habremos cumplido nuestro tiempo y cuando habrá madurado nuestra cosecha. Entonces déjanos venir a ti, llevando nuestros dones con alegría. Pero llámanos también esta noche, y ahora mismo si quieres, con la cosecha todavía en nuestros campos, cuando nuestra obra no está todavía cumplida y nuestros días parecen todavía verdes. Si tú quieres, llámanos ahora”.