IV Semana de Cuaresma – Viernes
La humanidad de Jesús
Después de esto, Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las Chozas, Sin embargo, cuando sus hermanos subieron para la fiesta, también él subió, pero en secreto, sin hacerse ver. Algunos de Jerusalén decían: «¿No es este aquel a quien querían matar? ¡Y miren como habla abiertamente y nadie le dice nada! ¿Habrán reconocido las autoridades que es verdaderamente el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde es este; en cambio, cuando venga el Mesías, nadie sabrá de dónde es». Entonces Jesús, que enseñaba en el Templo, exclamó: «¿Así que ustedes me conocen y saben de dónde soy? Sin embargo, yo no vine por mi propia cuenta; pero el que me envió dice la verdad, y ustedes no lo conocen. Yo sí lo conozco, porque vengo de él y es él el que me envió». Entonces quisieron detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él, porque todavía no había llegado su hora. Jn 7,1-2.10.25-30
En la Palestina di Jesús se está celebrando la gran fiesta de las Chozas, que es la conmemoración de la marcha del pueblo hebreo en el desierto, donde estaba obligado a montar y desmontar todos los días cada día las tiendas. A ésta Israel la consideraba como la fiesta de la provisoriedad. Jesús participa “casi en secreto”. Sin embargo todos notan que habla “libremente” de las cosas de Dios, suscitando un dualismo en aquellos que lo escuchan: por un lado se admiran por lo que se dice, y por otro lado no pueden aceptar que la sabiduría divina demore en un hombre, en carne y hueso, de quien se sabe todo, aún quiénes son sus padres. No es fácil aceptar que la estrategia de la salvación de Dios pase a través del la humildad y escondimiento de Jesús el cual rechaza toda ostentación.. Estamos al centro del misterio de la encarnación: hoy en día, con dificultad podemos reconocer la divinidad de Jesús de Nazaret, escondida en un hombre, pero eso es lo que se nos pide hacer, porque éste es el modo que Dios escogió para presentarse a la humanidad.
Aún nuestra oración diaria no puede sino pensar en la persona de Jesucristo, ya que Él es la “manifestación” del Padre, la “vida” que conduce a Él y el “Espírito Divino” que Él ha venido a despertar en el hombre. Santa Teresa de Jesús afirma: “He siempre reconocido y todavía veo claramente que no podemos agradar a Dios y de Él recibir grandes gracias, sino por las manos de la santísima humanidad de Cristo, porque de ella Él es la encarnación perfecta. Solamente aceptando este misterio podemos comprender la santidad de la Iglesia, aunque escondida por su pobreza no excluso el pecado.
Ayúdanos, Señor, a reconocer el misterio de tu encarnación en Jesús de Nazaret.