ESFL065

IV Semana de Cuaresma – Martes

La caridad es generosidad

Después de esto, se celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén, Junto a la puerta de las Ovejas, en Jerusalén, hay una piscina llamada en hebreo Betsata, que tiene cinco pórticos. Bajo estos pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, paralíticos y lisiados, que esperaban la agitación del agua. [Porque el Angel del Señor descendía cada tanto a la piscina y movía el agua. El primero que entraba en la piscina, después que el agua se agitaba, quedaba curado, cualquiera fuera su mal.] Había allí un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?». El respondió: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja en la piscina cuando el agua comienza a agitarse; mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y camina». En seguida el hombre se curó, tomó su camilla y empezó a caminar. Jn 5,1-9

Una vez  cuando iba en el tren, había la costumbre de ceder el lugar a las personas ancianas. Hoy esa costumbre ha casi desaparecida. Más aún apenas se detiene el tren se ven muchos jóvenes ocupar los pocos asientos disponibles y los ancianos, que tendrían necesidad, pero no tienen agilidad, se ven obligados a ir de pie. Es lo que le sucedía desde hacía tiempo al paralítico en la lectura de hoy. Existía en Jerusalén una costumbre: cuando las aguas de la piscina se agitaban en la piscina de Siloé, llamada en hebreo Betsaida, se decía que un el agitaba las aguas, y el primero que entraba en el agua era curado de sus males.

Aquel paralítico yacía ahí desde hacía mucho tiempo y ninguno le ayudaba a entrar en el agua. Jesús lo vio su drama y le dijo: “Quieres sanar de tu enfermedad?”  El paralítico le contesta: “Señor, no tengo a nadie que me meta en el agua cuando se agita”. Jesús entonces se conmueve y lo cura al instante. Tal vez era sólo una idea que un ángel venía a mover el agua de la piscina y los enfermos no se curaban, pero hubiera sido muy hermoso que alguien hubiera dicho a los demás: “Sumerjamos ahora al paralítico”. Es lo que me sucedió en el tren hace unos días cuando iba de Saronno a Milán. Un joven que se subió al tren, cuando se iba a sentar en un lugar libre, viendo que también se había subido una anciana señora, le cedió su lugar. “Siéntese aquí, Señora” le dijo. Si hubiera estado presente Jesús, habría multiplicado los lugares para que también el joven se sentara, pero aquel acto ha multiplicado la alegría de todas las personas presentes.

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