IV Semana de Cuaresma – Domingo
Un maravilloso anuncio: ¡Dios nos ama!
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios». Jn 3,16-21
El texto de hoy nos permite reflexionar sobre la esencia de Dios: “Dios es amor. (1Jn 4,8). Dio era amor ya antes de la creación del mundo. Existía ya el amor entre Padre e Hijo y este amor era tan grande, que constituyó a la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo. En ese amor creativo de Dios, existíamos también nosotros, pues «y nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo» (Ef 1,4). El Amor, sin embargo, no tiene necesidad de crear para amar y ser amado, y no puede ser inerte: por eso mostró su amor en la creación. Incluso el amor humano siempre ha tenido para cumplirse en un proyecto: un amor que no genera algo grande no es amor. Dios creó a los seres humanos, que son la obra más perfecta del amor de Dios, pero el hombre ha perdido la libertad recibida de Dios por el pecado. Dios amó a los hombres y le mandó a su Hijo a anunciar el Evangelio «para que todo aquél que cree en Él se salve por medio de su Hijo unigénito». Dios envió a su Hijo al mundo para librarnos del pecado y y de aquel amor infinito de Dios, encarnado en nuestra naturaleza humana nació la Iglesia, sobre la cual el amor de Dios se revela continuamente por medio del Espíritu Santo: «Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5). Además de la Iglesia, la realidad humana sobre la cual se ha derramado el Amor en modo claro es la familia. Pero también en ella el Amor de Dios se debe hacer presente en el amor de los esposos, que llevan acabo un proyecto de vida que realizan juntos en la procreación. En la familia, según el plan de Dios en la historia de la salvación, los papás están llamados a dar la vida y a enseñar a los hijos a amar, compartiendo el pan cotidiano, educándolos en su crecimiento, y buscándolos siempre que ellos se pierdan en los caminos de la vida.
El amor que Dios ha derramado en nuestros corazones, no se realiza sólo en la familia, sino en todo contexto social. » si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros» (1Jn 4,11). Sin embargo, el lugar donde este amor toma forma y se desarrolla es la familia. Tomemos siempre en cuenta este grande privilegio que se nos ha confiado.