II Semana de Cuaresma – Sábado.
Grandeza y mediocridad
Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de herencia que me corresponde». ….. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Entonces recapacitó y dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!». Ahora mismo iré a la casa de mi padre ….. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: «Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus servidores: «Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado»….. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza….. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: «Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!». Pero el padre le dijo: «Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado»». Lc 15,11-13.17-32
Dos personajes, en esta parábola, se enfrentan entre sí por la grandeza: el padre y el hijo pródigo. El primero nos muestra qué cosa es la misericordia, el segundo el arrepentimiento. Además de estos dos, encontramos la mezquindad del tercero, una de aquellas buenas personas que nunca cometen grandes errores. No por bondad, sino más bien por mediocridad. Casi siempre son estas personas intachables las que impiden el ejercicio de la misericordia y del arrepentimiento, sentimientos fundamentales en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. De cualquier modo, la misericordia y la mediocridad no conviven en distintas personas. , sino que se encuentran dentro de nosotros mismos, porque todos estamos hechos de deseos de grandeza y de mediocridad. . Danos, Señor, la capacidad de reflexionar sobre esta realidad. Y concédenos crecer en misericordia, y dejar el juicio al que distribuye los talentos sobre cada uno de nosotros.