ESFS098

VI semana de Tiempo Ordinario – Domingo 

El psicoanálisis y la confesión

Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio». Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos, Y acudían a él de todas partes. Mc 1,40-45

Este leproso se arrodilla ante Jesús y le suplica: «Si quieres, puedes purificarme». Jesús tuvo compasión de él, tiende la mano, lo toca y le dice: “Lo quiero, queda purificado» Debido a que la lepra en la Biblia simboliza el pecado, esta curación demuestra, como ninguna otra, la misión de Jesús de Nazaret en la tierra : perdonar y liberar al hombre del pecado y de todos sus sentimientos de culpa que son su trágica consecuencia. Esto es lo que sucede, aún hoy, en el confesionario, cuando un pecador se presenta al sacerdote y humildemente pide perdón de sus pecados. En ese momento Jesús lo perdona y lo sana: sus pecados son borrados, y no existen más. Una persona que confiesa al sacerdote, con fe y contrición, sus pecados sexuales,sale del confesionario espiritual  y moralmente sanada y delante de Dios recupera también su castidad.

Y como los pecados y  los sentimientos de culpa causan estragos en nuestra psique,hoy, a menudo,se intenta descargarlos, a veces, escribiendo a las columnas especializadas de alguna revista semanal de las que se recibe, si todo va bien, un buen consejo y nada más. Un número cada vez más creciente de personas recurre al psicoanalista, que trata de resolver el problema mediante la eliminación de los sentimientos de culpa que vienen descargados sobre otras personas, por lo general los padres o las figuras parentales.

Habiendo tenido experiencia  inmediata con personas muy queridas para nosotros,nos parece que a menudo en este camino, no se llega muy lejos: se termina viviendo con psicofármacos y destruyendo las relaciones con las personas que han sido identificadas como la causa del malestar.
Los pecados y el sentido de culpa no pueden quitarse con medicinas, por no hablar de la búsqueda de los responsables. Es mejor un buen sacerdote, que, por el don de la gracia sacramental, que actúa en él cuando ejerce su ministerio en el nombre de Jesús, tiene el mandato de perdonar y cancelar nuestros pecados. Basta creer en esto. Por otra parte – como sostiene simpáticamente  nuestra amiga Silvia – cada uno de nosotros está unido al Señor con un cordón espiritual: cada vez que pecamos el cordón se rompe y cuando nos confesamos, Él nos perdona y restaura la cuerda  haciéndole un nudo. Por lo tanto, con un nudo después de otro, nosotros nos acercamos siempre más al Señor, ¡porque el cordón se vuelve cada vez más corto!

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