ESFL149 

IV semana de Tiempo Ordinario – Sábado 

La necesidad del desierto

Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.  Mc 6,30-34 


Hoy vemos que los apóstoles se reúnen alrededor de Jesús y le refieren todo lo que han «hecho y enseñado» durante su primera experiencia misionera.Jesús se da cuenta de que están cansados y de que necesitan recargar sus baterías naturales y espirituales, ya que la vida de misión requiere un fondo de reflexión, de contemplación y de oración. También la vida familiar, con sus empeños de trabajo profesional y  de compromisos familiares, por el esfuerzo que los hijos, el hogar y la vida cotidiana exigen, requiere que se encuentre un tiempo de reflexión, de contemplación y de oración, para entender en profundidad el proyecto de la vida que estamos viviendo y regenerar las fuerzas necesarias para vivirla. A veces, tanto en la vida misionera como en la de la familia, por una cierta «mística» del compromiso,hacemos un poco de resistencia en aceptar la invitación del Señor que nos dice: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». En cambio, es una invitación que debemos acoger y hasta buscar: es el momento del desierto, que es necesario como el pan de cada día. En el desierto habita el silencio de las cosas y de los hombres, y sobre todo está allí la presencia de Dios. El desierto es árido, pero no es estéril: hay más, todo lo que nace en el desierto es muy valioso. El desierto es una dimensión interior, en la que se entra con lo puramente necesario, despojados de los pensamientos ordinarios de cada día, de las necesidades nuestras y de la familia,de las estrategias con fines de lucro y de carrera, y de los miles intentos del mundo para captar nuestra atención. En el desierto nos encontramos cara a cara con Dios, que nos  viene al encuentro, nos llama, nos habla y nos conduce hacia la libertad interior, que es la libertad de las cosas, de las preocupaciones y de las necesidades condicionadas por nuestra sociedad. No es fácil encontrar este momento para retirarse en el desierto, pero hay que buscarlo: estamos siempre circuídos por una multitud de personas que, como en el Evangelio de hoy, con sus necesidades y con su afecto tratan de ocupar todo  nuestro espacio interior. Recuerdo con nostalgia mi trabajo en Arabia Saudita cuando, al final de la semana, me podía dar el lujo de pasar un día totalmente solo en el desierto, con la seguridad de que, en Italia, Anna Maria habría hecho frente ella sola a los muchos compromisos familiares. Rezaba por ella, por nuestros hijos,y luego me entregaba al silencio. A la noche volvía al campo regenerado.

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