26 de enero – Santos Timoteo y Tito
El poder del cordero
Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos. No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, digan primero: «¡Que descienda la paz sobre esta casa!». Lc 10,1-5
Durante el año litúrgico vamos a tener todavía ocasión de meditar, siguiendo el Evangelio de Mateo, la primera misión de los discípulos. Hoy la Iglesia nos la presenta según el evangelio de Lucas, que, además de especificar que los enviados fueron setenta y dos, pone en la boca de Jesús una frase que resume todo el riesgo, el espíritu y la fuerza del misionero: «Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos» En un mundo donde cada uno piensa en conseguir sus objetivos y a emplear como mejor le parece los talentos recibidos, andar a anunciar al hombre que el Señor vino a nosotros para salvarnos de nuestro egoísmo y que tiene para nosotros un proyecto de vida completamente diferente, parece una locura. Sería humanamente absurdo pensar que una persona pueda aceptar, de golpe, a dejar todo lo que hasta ese momento ha sido el motivo de su vida y en el que ha invertido sus esfuerzos, para abrazar ideales que asombran y para seguir objetivos desconocidos. Sería una propuesta inaceptable, si no fuera por el hecho de que, por un lado, el resultado final de nuestros proyectos es terriblemente decepcionante y por otro por que el Señor no confiere con abundancia, a las personas a las que envía, el poder de su Espíritu. La infelicidad del hombre y el poder del Espíritu son las razones del éxito de cada aventura misionera.
Este poder,para que quede claro que viene de Él, y sólo de Él, y para que pueda vencer las fuerzas del mal, enraizadas en cada hombre tiene que celarse en la debilidad del cordero. Y, si fuera necesario, en su capacidad de sacrificarse, como sucede casi todos los días en muchos países del mundo. Era el secreto de Jesús para pasar de la muerte en la cruz al triunfo de la Resurrección y será el secreto de Pablo durante toda su misión: «porque cuando soy débil, entonces soy fuerte»(2Co 12,10). La debilidad del cordero constituye la fuerza del misionero. Cuando un hombre viene llamado a proclamar el evangelio en el nombre de Señor, si en ese momento se encomienda al Espíritu Santo, recibe, como gracia, el don del poder de Dios en la apariencia de la debilidad del cordero. Esto sucede aún hoy en día. Nunca me olvidaré de cuando, hace muchos años atrás,el Padre Fausto me encargó de proclamar el evangelio en lugar suyo. «Pero, ¿cómo puedo hacerlo – le dije-yo tartamudeo «. «No te preocupes -me dijo -, no es un problema tuyo, lo es del Señor. ¡Confía en Él!”. Fui al micrófono y empecé a hablar con una fluidez de expresión que hasta entonces había sido desconocida para mí. Es el poder de Dios que radica en la debilidad del cordero.