Tiempo de Adviento – 23 de diciembre
Peticiones y acción de gracias
A ti, Señor, elevo mi alma, Dios mío, yo pongo en ti mi confianza; ¡que no tenga que avergonzarme…. Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos. Guíame por el camino de tu fidelidad; enséñame, porque tú eres mi Dios y mi salvador, y yo espero en ti todo el día. Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor, porque son eternos. No recuerdes los pecados ni las rebeldías de mi juventud: por tu bondad, Señor, acuérdate de mi según tu fidelidad. El Señor es bondadoso y recto…. Mírame, Señor, y ten piedad de mí, porque estoy solo y afligido: alivia las angustias de mi corazón, y sácame de mis tribulaciones. Mira mi aflicción y mis fatigas, y perdona todos mis pecados…… la integridad y la rectitud me protegen, porque yo espero en ti, Señor. Salva, Dios mío, a Israel de todas sus angustias.Sal 24
Era en verdad un hermoso día de verano, aquel en que fui por primera vez, con Pierluigi al santuario de Nuestra Señora di Montenegro. Con nuestro viejo Chalet, habíamos recorrido todas las vueltas de la calle que sube a en medio del Mediterráneo, asoleado y lleno de malezas, hasta llegar a la colina que parece proteger el puerto de Livorno, con sus barcos que van y vienen. Tanta belleza, sin embargo, sólo lograba despejar un poco los pensamientos tristes que me atormentaban por mi deseo insatisfecho de maternidad. Habían ya transcurrido dos años de matrimonio y me había ya sometido a una importante intervención quirúrgica para hacer posible el embarazo que mucho deseaba. Buscaba resignarme, utilizando otros medios para llenar aquel vacío, pero con frecuencia lloraba en secreto, para no entristecer a Pierluigi. Arrodillada en aquel santuario, entré silenciosamente a orar, guiada por los versículos del salmo de hoy. “A ti Señor, elevo mi alma, Dios mío, yo pongo en ti mi confianza… Mírame, Señor, y ten piedad de mí…. Mira mi aflicción y mi fatiga”. A un cierto punto volví la vista a la imagen de la Virgen y me di cuenta de que estaba circundada con una corona de ángeles de rostros redondos y sonrientes, semejantes a tantos niños felices. Esto pasó a ser un impulso de la oración a la Virgen: ¡Dame tantos niños cuantos son estos tus ángeles! Luego los conté y vi que eran quince. Poco antes de Navidad me percaté de que estaba llegando el primer bebé y, con el rápido pasar de los años, llegaron otros trece, o naciendo la sala de maternidad, o llegando en vuelo de países lejanos. Todos los veranos vengo a Montenegro para dar gracias a la Virgen con un corazón colmado de gratitud, y me pregunto “¿Quien será aquel angelito que nunca llegó? Pienso que ese lugar está reservado para las personas que, de vez en cuando, tienen necesidad de ser acogidas, como David, el muchacho que se nos ha confiado. “Te doy gracias. Señor. Te doy gracias, Vuregen María, porque has aceptado mi plegaria al Señor”.