XXXIV semana del Tiempo Ordinario – Sábado
La espera del que viene
Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra. Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante del Hijo del hombre».» Lc 21,34-36.
Hoy se concluye el año litúrgico con esta exhortación de Jesús a vigilar, a permanecer atentos sin dejarnos llevar por las disipaciones y borracheras, y sin dejarnos llevar por los afanes de la vida. El centinela, para estar seguro de no ser sorprendido por quien puede llegar en un momento u otro, debe continuamente buscarlo con la mirada, estar atento a sus movimientos, al viento que sopla entres los matorrales que se mueven. Es la espera de la segunda venida de Jesucristo en la historia, que se completará al fin de los tiempos, pero que tendrá como presagio profético el cumplimiento de nuestra vida terrena. Mañana iniciará el tiempo del Adviento del nuevo año litúrgico, durante el cual seremos de nuevo llamados a vivir otra vez en la espera de la primera venida de Jesucristo a la tierra. Es el maravilloso destino de nuestra vida, que nos urge esperar continuamente a Aquél que debe venir, con la certidumbre de que vendrá, pues ya vino. Es la espera de la esposa que espera al esposo con alegría, como lo describe el Cantar de los Cantares con esta imagen: «¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi amado, y me dice: «¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume. ¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!» (Ct 2,8-13).