ESFL287

XXV semana del Tiempo Ordinario – Lunes

La alegría de los sobrevivientes

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones. Hasta los mismos paganos decían: «¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!». ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! ¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones. El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. Sal 125

En el año 539 a. C., Ciro el Grande, rey de Persia, ocupó Babilonia y la anexó al imperio persiano. Su política social, basada en el recupero de muchas etnias del imperio, lo indujo, un año después, a querer reconstruir el templo y las murallas de Jerusalén, destruidas cincuenta años antes por Nabucodonosor, rey babilones. Ciro convocó el gobernador Nehemías yal sacerdote Esdras, jefes de los judíos deportados a Babilonia, y les ordenó reconducir al pueblo a su tierra y de construir a Jerusalén.  El salmo de hoy celebra el regreso de aquellos esclavos a su tierra. Es un canto de alegría por el final del exilio: “Cuando el Señor restableció la suerte de Sion, nos parecía soñar. Entonces nuestra boca se llenó de alegría, nuestra lengua de gozo”. Este salmo puede ser cantado como un himno de júbilo por la liberación de cada hombre. Recuerdo el final de la guerra, cuando entraron los aleados a Florencia: los alemanes se retiraban con miedo disparando las últimas balas, mientras la gente llenaba las calles cantando y bailando.  Recuerdo mi felicidad cuando, después de nueve meses de estar sin trabajo, firmé un nuevo contrato. Recuerdo la alegría profunda de mi tía Nohemi, cuando mi tío Pepe regresó a casa, después de nueve años en África, in Grecia y en Alabanía. Recuerdo los ojos de alegría de una niña, Matilde, cuando sus papás, después de un período de separación, se reunieron y reconstruyeron su familia. Son todas situaciones felizmente resueltas en la oración y en la esperada confiada. También al final de la última guerra, recuerdo claramente aunque entonces era pequeño, la oración de mis papás: “Quien siembra en lágrimas cosechará en la alegría”. No existe siembra más segura que la oración.

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