XXV semana del Tiempo Ordinario – Domingo
El justo salario
Porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña. Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña. Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza, les dijo: «Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo»….. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: ….»Vayan también ustedes a mi viña». Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: «Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros». Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario. Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario. Y al recibirlo, protestaban contra el propietario, …. El propietario respondió a uno de ellos: «Amigo, …. ¿acaso no habíamos tratado en un denario?….. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti. ¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?». Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos». Mt 20,1-16
Esta parábla de los obreros llamados a horas distinta a trabajar en la viña, es tal vez la más difícil de explicar en una sociedad moderna como la nuestra, en la que la retribución de los trabajadores está regulada por el principio de la meritocricia. Es un criterio que estimula el empeño del que trabaja fundamentalmente para la eficiencia de la hacienda, pero no es el único que hay que considerar. Existe otro criterio que hay que respetar como principio de los sindicatos y de las luchas sindicales: el sistema retributivo tiene que asegurar un digno mantenimiento de todo colaborador y de su familia. Aún en Palestina, en la época de Jesús, existía el criterio de la justa retribución, que era un denario al día, y el dueño de la viña debe darlo a fin de que los obreros puedan vivir dignamente. Salimos de la metáfora y entramos en el mensaje teológico: el premio que el Señor da a todos los obreros del reino de los cielos es la salvación. No puede dar dos salvaciones a los que llegaron antes y media salvación a los que llegaron después. La salvación es salvación: o la recibimos o no la recibimos. Desgraciadamente esta salvación que el Señor da a todos los convertidos, aún a aquellos que llagaron más tarde, no se siempre compartida desde lo profundo del corazón. No fue así desde el principio, cuando la primera Iglesia en Jerusalén con mucha dificultad seguía a Pablo en su proyecto de llevar el anuncio del evangelio aún a los paganos. Es por esto que los últimos se hicieron los primeros: porque tendrán más agradecimiento y más alegría. A menos que los primeros no hayan gozado igual que los últimos.