XXIV semana del Tiempo Ordinario – Sábado
Dar gracias a Dios
Aclame al Señor toda la tierra, sirvan al Señor con alegría, lleguen hasta él con cantos jubilosos. Reconozcan que el Señor es Dios: él nos hizo y a él pertenecemos; somos su pueblo y ovejas de su rebaño. Entren por sus puertas dando gracias, entren en sus atrios con himnos de alabanza, alaben al Señor y bendigan su Nombre. ¡Qué bueno es el Señor! Su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones. Sal 99
En los tiempos de Jesús, el salmo de hoy era considerado el canto de entrada al templo: es una alabanza a Dios por su realeza universal y por lo que él representa para cada persona. Es una exhortación a “aclamar” al Señor en cada momento, a iniciar con “júbilo” y a servirle en la “alegría” a lo largo de toda la jornada, en la realización del proyecto que Él nos asignó para su cumplimiento, haciendo fructificar los talentos que hemos recibidos. ¡Ayúdanos, Señor, a orar con júbilo, a obrar en la alegría, aclamándote noche y día! La razón para iniciar con alegría la jornada, dice el Salmo, es el “reconocimiento” de pertenecerle: “Reconozcan que el Señor es Dios: él nos hizo y a él pertenecemos”. No somos huérfanos abandonados, somos rebaño de su pastoreo. A nosotros no nos falta nada, porque la Providencia nos alcanza cada momento: tenemos el don de la vida, los afectos, la casa y el trabajo, y cuando eso falte, él nos provee de otra manera. Cuenta una leyenda oriental que un ciego, mientras vagaba tristemente por la calle, encontró a un hombre que lo curó, haciéndole recobrar la vista. Él empezó a exultar por la alegría de poder, finalmente, ver la belleza del mundo, dando gracias con infinita gratitud a su curador. “Y entonces – concluye el relato – ¿por qué nosotros no damos gracias al Señor por el don de la vista?” Dónanos, Señor, un profundo sentido de agradecimiento ¡porque te pertenecemos, por los dones que recibimos de ti y porque tú provees a nuestras necesidades con generosidad!
A continuación el salmo nos exhorta a manifestar nuestro agradecimiento hacia el Señor con “cantos de gracias” e “himnos de alabanza”. Cada oración nuestra tiene que iniciar con un agradecimiento por todo lo que recibimos, y al final debe desembocar en la alabanza por lo que es Él: Él es quien respondió a los verdaderos interrogantes de nuestra vida, ha dado sentito a nuestros días y nos ha dado una esperanza eterna. ¡Dónanos, Señor, la capacidad de agradecerte por todo lo que nos das y alabarte por lo que eres! El salmo se concluye con una exhortación a bendecir al Señor porque «su misericordia permanece para siempre, y su fidelidad por todas las generaciones”. Nosotros te bendecimos, Señor, porque eres misericordioso, perdonas nuestro pecado y el signo de este perdón es tu fidelidad. ¡Tú eres un Dios fiel!