ESFL243

XVIII semana del Tiempo Ordinario – Sábado 

La curación del epiléptico 

Cuando se reunieron con la multitud se le acercó un hombre y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mí hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron curar». Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí». Jesús increpó al demonio, y este salió del niño, que desde aquel momento, quedó curado. Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?». «Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: «Trasládate de aquí a allá», y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes».   Mt 17,14-20

Este joven que echa por tierra sin hablar ni escuchar, echando espuma y rechinando los dientes, que sabe sólo hacer del mal, muestra muy bien cómo se comportan las personas cuando son ´poseídas por el demonio. Para darse cuenta de eso, basta abrir el periódico: contestaciones, violencias, agresiones, estupros, deshechos abandonados en las calle, incomprensiones e insensibilidad por las necesidad de los demás. Son todas manifestaciones demoníacas por las cuales, aun la Iglesia tiene el poder de librarse, como aquellos discípulo, el padre de aquel joven se dirige a Jesús: “El hijo es epiléptico y está muy mal; a veces de echa al fuego o al agua. Yo lo llevé con tus discípulos, pero no lo pudieron curar”. El motivo porqué no lo pudieron echar fuera al demonio es la falta de fe y de oración. También el padre de aquel joven se encomienda al Señor para que lo libre de aquel demonio, se siente incapaz de hacer algo, pero él tiene fe en Jesús y sabe hacer oración a Jesús para que intervenga él. Tiene fe y le pide a Jesús que lo libre de ese demonio. La oración y la fe son las armas muy poderosas del cristiano. ¡Si tuviéramos fe  del tamaño del “grano de mostaza”, podríamos hacer milagros!

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