ESFL242

XVIII semana del Tiempo Ordinario – Viernes

La cruz que conoce el triunfo

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.  ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino». Mt 16,24-28

El inicio del camino a la secuela del Señor hace pensar a un joven que se encuentra cn una muchacha hermosa, atraído por su belleza, sin imaginarse lo que seguirá después del matriomonio: una familia, hijos que hay que educar, cuartos que hay que hacer grandes, mucha seriedad y muchos sacrificios. Son todas cosas hermosas que el joven no se imaginaba, por lo menos como habría que realizar en el trascurso de los años. Es lo que les sucedió a los primeros pescadores que han seguido a Jesús. Tenían ya una vida trazada, con sueños comunes, cuando un día pasó en su camino el Señor, fueron fascinados por Él, quien les dijo “Síganme” y lo han seguido y han descubierto otro mundo completamente diferente, otros pensamientos, otros sueños, otras palabras, otros proyectos. Y sobre todo otra vida, rica en milagros y revelaciones, que han abierto su mente y su corazón a los misterios del reino de los cielos. También esta experiencia, sin embargo, fue para ellos sólo un preámbulo, como lo es para cualquiera que se ponga a la secuela del Señor, quien a un cierto punto del camino hace una prepuesta radical como la de hoy: “Si alguno quiere seguirme reniéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su propia vida, la perderá; pero quien pierde su propia vida por mi causa, la encontrará”. Al principio de esta opción de vida, como fue para los primeros discípulos, es percibida como sacrificio de sí mismos y obtiene un rechazo: mejor está el fascino de Jesús, los sueños, los nuevos proyectos, los milagros y las parábolas, pero la vida es otra cosa, con ella no se juega. Después con el pasar del tiempo, un paso después del otros y una luz después de la otra, nos damos cuenta que aquella propuesta de Jesús representa el últico modo de entrar verdaderamente en el corazón del evangelio. Después de un cierto tiempo los misterios del Reino no se pueden ya penetrar si no se viven. He ahí, pues, la importancia de olvidar la vida pasada, fruto de otros pensamientos, otros sueños, otras opciones, y motivo de otras cruces, para abrazar la que Jesús propone. Al final constituye el motivo del triunfo en la resurrección, terrena y final.

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