ESFS046

XVII semana del Tiempo Ordinario – Domingo

Las parábolas del reino 

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró. El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, Mt 13,44-49

El reino de los cielos, esta realidad espiritual que – Jesús dice – está en el mundo, pero no es del mundo, no es fácil definirlo, si no describimos los efectos que produce en los habitantes de esta singular monarquía. El modo que Jesús escogió para hablar de ella, está constituido por uns serie de parábolas, que forman sus aspectos principales. Las de hoy describen los diversos modos de encontrar al Señor a través del camino de la vida. La primera nos habla de un hombre, que no busca propiamente la verdad y menos aún busca los grandes misterios en los que está sumergida la humanidad. Es una persona que va por su propio camino, siguiendo los objetivos personales, como son el dinero y la profesión. Este hombre son ideales, tiene sin embargo el mérito de no vivir en modo distraído en las dificultades de la vida terrena, y sabe distinguir los tesoros verdaderos de los falso. Así, cuando recorre los variados espacios de la vida, encuentra el más preciso, va, vende todo y compra aquel campo. Él recuerda a Moisés, cuando desde lejos descubre la zarza ardiente que se quemaba sin consumirse. No era un hombre en busca de algo. Había ya encontrado momentos de gloria, pero se le habían escapado. Pero no se le había apagado aquella curiosidad de quien espera de la vida algunas respuestas.

La segunda parábola nos habla de un traficante en busca de piedras preciosas. Es un hombre, que por su profesión, sabe buscar y reconocer lo que tiene más valor en la vida. Tal vez está en busca de respuestas en la filosofía, en el arte o en las ciencias, o, como los Reyes Magos, en la astronomía. Lo hace con corazón sincero, como una persona experta y sin prejuicios. Cuando encuentra una perla verdaderamente preciosa, va, vende todo y como aquella perla, que claramente simboliza el Señor.

La tercera parábola nos habla de uan red que los pescadores lanzan al mar y sacan toda clase de pecados, buenos y malos, algas, cosas sucias del mar. Los pescadores se paran a los buenos de los malos. Aquí la parábola termina, pero nosotros pensamos que, después habrá una segunda selección entre los peces buenos, porque en la vida, como en la pesca, no todo tiene el mismo valor. Puede suceder, como a Pedro en el texto de la pesca milagrosa, que un día lanzando la red, haya tantos pescados buenos que hay que reconocer en aquel evento la mano poderosa del Señor. En aquel punto hay que dejar la barca, la red y los peces en la playa y, como Pedro, seguir al Señor.

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