XIV semana del Tiempo Ordinario – Domingo
La inteligencia de los sencillos
En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Mt 11,25-27
Era hermosa la casa de mis abuelos en Montecati Alto, la casa que me recibía durante el verano apenas terminaba la escuela. Entre mis recuerdos de aquellos meses pasados en la campiña toscana, se hace grande la figura del abuelo Ángel, fuerte y alto, aún en la simplicidad de hombre privado de cultura, dedicado a los trabajos muy humildes. Lo recuerdo cuando amarraba para mí un cuerda larga del árbol más alto, regalándome así muchas horas de vuelo entre las hojas de los árboles, o cuando me contaba sus aventuras durante la primera guerra mundial. Había estado en guerra por todo el tiempo que duró, llevando a las mulas que transportaban los víveres en las trincheras, y había regresado con todos los cabellos blancos, aunque aún era muy joven. Pero el recuerdo más bello que me dejó es su fe, fuerte como sus espaldas, libre de toda duda y elucubraiones que después habría llenado mis textos universitarios y debilitado tantas conciencias. Todas las tardes reunía a toda la familia para rezar el santo Rosario delante de la chimenea, y todos los días controlaba si estaba encendida la luz delante del cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, delante de todos en la sala y algunas flores frescas, Era su acción de gracias al Señor de la vida, quien lo había protegido durante lka guerra y a quien encomendaba la familia todos los días. Yo, todavía niña, lo observaba, y ahora que soy abuela, sigo considerándolo uno aquellos privilegiados del Señor con el don de la sabiduría en el corazón. Por eso conservo todavía el vasito de vidrio que estaba delante del Sagrado Corazón, juntamente con su amor a la oración, que me trasmitido con su ejemplo.